¿Qué es el tiempo?
En el Libro XI de una de sus mayores obras, "Confesiones", el autor nos hace partícipes de sus reflexiones que entrelazan filosofía y teología en una búsqueda que es pregunta, investigación, argumentación y, por momentos, se transforma en silencio, escucha y plegaria.
4
Existen,
pues, el cielo y la tierra, y en alta voz nos dicen que fueron hechos, porque
se mudan y cambian. En todo lo que existe y no ha sido hecho no hay nada que no
existiera ya antes. Y en esto precisamente consiste el cambio y la mudanza.
El cielo
y la tierra claman también que no se hicieron a sí mismos. «Existimos —dicen—,
porque hemos sido hechos. Para hacernos a nosotros mismos deberíamos haber
existido antes de que existiéramos.» Y la voz de los que lo dicen es la misma
evidencia.
Eres tú, Señor, quien los
hiciste. Tú, que eres hermoso y por quien ellos son hermosos. Tú, que eres
bueno y por quien ellos son buenos. Tú que existes y por quien ellos existen.
Pero ni ellos son tan hermosos, ni tan buenos, Creador de ellos. Comparados
contigo ni son hermosos, ni buenos, ni tienen existencia.
Sé todo esto y te doy
gracias por ello. Y sé también que nuestra ciencia, comparada con la tuya, es
ignorancia.
(...)
10
Quienes
preguntan: ¿qué hacía Dios antes de crear el cielo y la tierra?, ¿no siguen
todavía en su antiguo error? Porque si estaba ocioso —dicen ellos— y no hacía
cosa alguna, ¿por qué no estuvo así siempre y continuó estando después sin
hacer nada, como había estado hasta entonces? Porque, si en Dios hubo un movimiento
nuevo y una nueva voluntad para traer a la existencia a una criatura, ¿cómo es
posible que en Dios haya una verdadera eternidad naciendo una nueva voluntad
que antes no existía?
(...)
12
Responderé ahora a los
que preguntan: «¿qué hacía Dios antes de crear el cielo y al tierra?». (...) Me
gustaría más responder que no lo sé —porque no lo sé— que salir con una broma
que puso en ridículo a quien preguntó por cosas tan altas y mereció la
alabanza de quien respondió cosas falsas.
Respondo, pues, diciendo
que tú, Dios nuestro, eres el Creador de toda criatura. Si, pues, con el nombre
de cielo y tierra ha de entenderse toda criatura, entonces afirmo con
toda audacia que antes que Dios hiciese el cielo y la tierra no hacía nada.
¿Qué podía hacer sino una criatura, caso de haber algo? Ojalá pudiese yo saber
con tanta certeza todo lo que deseo saber útilmente, como sé que ninguna
criatura fue hecha antes de que se hiciese criatura alguna.
13
Quizás alguien de mente
peregrina pueda divagar a través de las imágenes de los tiempos anteriores a la
creación y preguntarse —lleno de admiración por ti, Dios omnipotente y Creador
de todo, dueño de todas las cosas del cielo y de la tierra— cómo dejaste pasar
innumerables siglos antes de decidirte a obra tan grande. Yo le diré
sencillamente que despierte y que advierta que está admirando cosas falsas.
Pues ¿cómo habían de
transcurrir innumerables siglos, si todavía no habían sido hechos por ti, autor
y creador de los siglos? ¿Podía existir tiempo que no fuese creado por ti? ¿Y
si no había existido?, ¿cómo podía pasar? Ahora bien, tú eres el creador del
tiempo. Si, pues, hubo un tiempo antes de que hicieras el cielo y la tierra,
¿cómo se puede decir que dejaste de obrar? Luego tú hiciste el tiempo, pues el
tiempo no pudo pasar antes de que tú lo hicieras.
Y si antes del cielo y de
la tierra no había tiempo, ¿a qué viene preguntar qué hacías entonces? Pues no
había entonces, donde no existía el tiempo.
Además,
aunque tú eras antes del tiempo, no le precedes en el tiempo. De lo contrario,
no serías anterior a todo el tiempo. Precedes a todos los tiempos pasados con
la excelencia de tu eternidad siempre presente. Y eres superior a todos los
tiempos futuros porque todavía están por venir y cuando lleguen ya habrán
pasado. Tú, en cambio, eres el mismo y tus años no pasarán[1].
Tus años no van ni vienen. Los nuestros vienen y se van, para que todos se
sucedan. Tus años están todos juntos, porque permanecen. Los que van no son
excluidos por los que vienen, porque no pasan. Los nuestros, en cambio, no
habrán sido todos hasta que todos dejen de haber sido. Tus años son un día. Y
tu día no es un día cotidiano, sino un hoy. Porque tu hoy no
cede al mañana ni sucede al día de ayer. Tu hoy es la eternidad. Y en este día
eterno engendraste coeterno a aquel a quien dijiste: Yo te he engendrado hoy[2].
Tú hiciste todos los tiempos y eres antes de todos los tiempos. Por
consiguiente, no hubo un tiempo en que no había tiempo.
14
El mismo
tiempo es obra tuya. No hubo, por tanto, tiempo alguno en que no hicieses nada.
Ningún tiempo es coeterno contigo, porque tú no cambias nunca y, si el tiempo
no cambiase, ya no sería tiempo.
Pero
¿qué es el tiempo? ¿Quién podrá fácil y brevemente explicarlo? ¿Quién puede
formar idea clara del tiempo para explicarlo después con palabras? Por otra
parte, ¿qué cosa más familiar y manida en nuestras conversaciones que el
tiempo? Entendemos muy bien lo que significa esta palabra cuando la empleamos
nosotros y también cuando la oímos pronunciar a otros.
¿Qué es,
pues, el tiempo? Sé bien lo que es, si no se me pregunta. Pero cuando quiero
explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Pero me atrevo a decir que sé con
certeza que si nada pasara no habría tiempo pasado. Y si nada existiera, no
habría tiempo presente.
Pero de
esos dos tiempos, pasado y futuro, ¿cómo pueden existir si el pasado ya no es
y el futuro no existe todavía? En cuanto al presente, si siempre fuera presente
y no se convirtiera en pasado, ya no sería tiempo, sino eternidad. Luego, si el
presente para ser tiempo es preciso que deje de ser presente y se convierta en
pasado, ¿cómo decimos que el presente existe si su razón de ser estriba en
dejar de ser? No podemos, pues, decir con verdad que existe el tiempo sino en
cuanto tiende a no ser.
15
(...)
Vemos así cómo el tiempo
presente —el único que hemos demostrado poder llamarse largo— apenas se reduce
al breve espacio de un día. Pero detengámonos a examinar también esto un poco y
veremos que ni aun el día es todo él presente. Un día se compone de veinticuatro
horas entre nocturnas y diurnas. La primera de éstas tiene como futuras a todas
las demás, y la última tiene a las anteriores como pasadas. Lógicamente, cualquiera
de las intermedias tiene detrás de ella las pasadas y delante las futuras.
Incluso la misma hora está compuesta de instantes fugaces. Los instantes idos
son pasado; los que quedan, futuro.
De hecho, el único tiempo
que se puede llamar presente es un instante, si por tal concebimos lo que no
se puede dividir en fracciones por pequeñas que sean. Y un instante tan corto
como éste pasa tan rápidamente del futuro al pasado que su duración es apenas
imperceptible. Si su duración se prolongara podría dividirse en pasado y
futuro. Cuando es presente no tiene duración o extensión. (...) Sólo cuando
está pasando, el tiempo puede sentirse y medirse. Una vez pasado, ya no puede,
porque no existe.
17
Pregunto,
Padre, no afirmo. Asísteme y ayúdame, Dios mío. ¿Quién podrá decirme que no son
tres los tiempos —así lo aprendimos de niños y lo enseñamos ahora a los niños—,
a saber, pasado, presente y futuro? ¿O dirá que solamente existe uno, el
presente, porque los otros dos no existen? ¿O es que existen también el pasado
y el futuro, el uno —saliendo de un refugio oculto cuando de futuro se hace
presente— y el otro —cuando de presente se hace pasado— escondiéndose en un
seno oculto? Porque si el futuro no existe, ¿dónde lo vieron los que predijeron
el porvenir? Pues lo que no existe no puede ser visto. Tampoco los que nos
cuentan las cosas pasadas podrán decirnos la verdad de las mismas si no las
vieran en su alma. Y si no existieran, sería del todo imposible que las vieran.
Luego existen las cosas futuras y las pasadas.
18
¡Oh Señor, esperanza
mía!, déjame que siga investigando. Que no se distraiga mi atención.
Quiero saber dónde están
el pasado y el futuro, si es que existen. Y aunque no sea capaz de saberlo, sí
sé que dondequiera que estén, no están allí como futuro o pasado, sino como
presente. Si están como futuro todavía no existen, y si como pasado, ya no
están allí. Dondequiera que estén y sean lo que sean, no existen sino en cuanto
presentes.
Por lo que se refiere a
cosas pasadas y verdaderas, obsérvese que no son las cosas mismas sucedidas
las que se sacan de la memoria. Son más bien las palabras que provocan sus
imágenes que dejaron impresa su huella en el alma al pasar a través de los
sentidos. Tal es el caso de mi niñez. Ya no existe, pero existe en el tiempo
pasado, que a su vez no existe. Pero cuando quiero describir y recordar la
imagen de mi niñez, la veo en el tiempo presente, pues está todavía en mi
memoria.
Lo que ya no sé —lo
confieso, Dios mío— es sí se puede aducir causa semejante respecto a la
predicción de cosas futuras por medio de imágenes ya existentes que representen
las cosas que todavía no existen. Pero sí sé con certeza que muchas veces
programamos nuestras futuras acciones. Y sé también que esta programación es presente,
a pesar de que la acción programada no exista todavía porque es futura.
Comenzará a existir cuando la acometamos y pongamos por obra, porque entonces
ya no será futura, sino presente.
Sea como
fuere este arcano presentimiento de las cosas futuras, lo cierto es que no se
puede ver sino lo que existe. Y lo que ya existe no es futuro, sino presente.
Cuando se dice, por ejemplo, que se ven las cosas futuras, no son las mismas
cosas que aún no existen y que son futuras las que se ven, sino a lo más sus causas
o signos, que existen ya. En consecuencia, ya no son futuras, sino presentes a
los que las ven, y por medio de ellas la mente puede formar un concepto de
cosas que todavía son futuras y es así cómo es capaz de predecirlas. Estos
conceptos existen ya, y al verlos presentes en su pensamiento, la gente puede
predecir los hechos actuales que representan.
Lo
explicaré con un ejemplo tomado de la infinita multitud de objetos. Contemplo
la aurora, anuncio que va a salir el sol. Lo que veo está presente; lo que anuncio,
futuro. Lo que no es futuro es el sol —que ya existe—, sino su nacimiento, que
todavía no se ha producido. Pero no podría predecir la salida del sol si no
tuviera en mi mente una imagen del mismo, como la que tengo en este momento
cuando hablo de él. Ni la aurora, que contemplo en el cielo, es la salida del
sol, aunque le preceda. Tampoco lo es la imagen que retengo en mi alma del
nacimiento del sol. Tanto la aurora como la salida se ven en el presente; por
eso puedo predecir la salida, que es futuro. Las cosas futuras no existen todavía.
Y si no existen todavía es que no existen realmente. Y si al presente no
existen, no se pueden ver de ninguna manera. Pero pueden predecirse por las
cosas presentes que realmente existen y por lo mismo pueden verse.
20
Lo claro
y evidente ahora es que ni existe el futuro ni el pasado. Tampoco se puede
decir con exactitud que sean tres los tiempos: pasado, presente y futuro.
Habría que decir con más propiedad que hay tres tiempos: un presente de las
cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente de las cosas
futuras. Estas tres cosas existen de algún modo en el alma, pero no veo que
existan fuera de ella. El presente de las cosas idas es la memoria. El de las
cosas presentes es la percepción o visión. Y el presente de las cosas futuras
la espera.
Si se me
deja hablar en estos términos, puedo ver los tres tiempos y admito que los tres
existen. Podría hablarse también de tres tiempos —pasado, presente y futuro—
como se habla ordinariamente, aunque de manera impropia. Bueno, dejémoslo
pasar. Yo no me opondré ni reprenderé a los que hablan así con tal que se
entienda bien lo que se dice ni se tenga por existente lo que todavía es
futuro ni que lo pasado es presente. Pocas son realmente las cosas dichas con
propiedad. La mayor parte de forma incorrecta. No obstante, se entiende lo que
queremos decir.
21
Acabo de decir que
medimos el tiempo cuando pasa. Esto nos permite hablar de un intervalo de
tiempo doble en relación a otro tomado como unidad de medida. O que los dos son
de igual duración. Y así cosas semejantes que se dicen cuando medimos las
partes del tiempo.
Decía,
pues, que medimos el tiempo según va pasando. Y si alguno me pregunta: «¿Cómo
lo sabes?», le responderé sencillamente: «Lo sé porque lo medimos.» No podemos
medir lo que no existe, y el pasado y el futuro no existen.
Pero mientras lo medimos,
¿de dónde viene, por dónde pasa y adónde va? ¿De dónde, sino del futuro? ¿Por
dónde, sino a través del presente? ¿Adónde, sino al pasado? Luego viene de lo
que ya no existe, pasa por lo que no tiene duración y se dirige hacia lo que ya
no es.
¿Y qué es lo que medimos
sino el tiempo en el espacio? Porque no hablamos de sencillo, doble, triple o
igual refiriéndonos al tiempo, sino a espacios o intervalos de tiempo. ¿En qué
espacio de tiempo, pues, medimos el tiempo que pasa? ¿Acaso en el futuro de
donde viene? No, pues lo que no existe todavía no se puede medir. ¿Acaso en
el presente, por el que está pasando? Tampoco, pues no se puede medir lo que
no tiene duración. ¿Será, quizá, en el pasado, hacia donde se dirige? Tampoco,
pues no se puede medir lo que ya no existe.
23
En
cierta ocasión oí decir a un hombre sabio que el tiempo no es más que el
movimiento del Sol, la Luna y las estrellas, No estoy de acuerdo. ¿No será más
bien el tiempo el movimiento de todos los cuerpos? Si se apagaran las luces
del cielo y siguiera dando vueltas la rueda del alfarero, ¿no seguiría habiendo
tiempo por el que podríamos contar las vueltas de esa misma rueda? ¿No
podríamos decir, ya que tardaba tanto en unas como en otras, que unas veces iba
más aprisa que otras, o que unas vueltas tardaban más y otras menos? Y al decir
esto, ¿no estamos hablando en el tiempo? ¿Y nuestras palabras tendrían sílabas
largas y breves, sino porque unas tienen más duración y otras menos?
Haz, Señor, que los
hombres descubran en lo pequeño los principios comunes a todas las cosas,
grandes y pequeñas. Cierto que los astros y estrellas están puestos en el
cielo para señalar las estaciones, los días y los años[3].
De esto no hay duda. Con todo, yo no diría que una vuelta de aquella ruedecilla
de alfarero es un día. Ni tampoco —por la misma razón— podría decir que aquella
vuelta no es tiempo.
Lo que
yo quiero conocer ahora es la esencia y naturaleza del tiempo con el que
medimos el movimiento de los cuerpos, diciendo, por ejemplo, que tal movimiento
dura dos veces más que el otro. Por la palabra día entendemos no sólo la
duración de tiempo que el sol permanece en el cielo sobre la tierra y que da
lugar a la diferencia entre el día y la noche. Entendemos también todo el
recorrido de oriente a occidente, que nos permite decir: «Han pasado tantos
días», incluyendo en ellos también las noches, sin contar a éstas como tiempos
distintos. Mi pregunta es ésta: Si el día se termina con el movimiento del sol
y su giro de oriente a oriente, ¿es el día ese movimiento o el tiempo que tarda
en hacer ese recorrido o ambas cosas a la vez?
Si un
día fuera el movimiento del sol en todo su recorrido, bastaría que éste
tardara solamente el espacio de una hora en hacer su recorrido para haber día.
Por otra parte, si el día fuera la duración del tiempo que el sol tarda de
hecho en hacer su recorrido, no sería un día si el período entre una salida y
otra fuera tan sólo de una hora. En este caso, el sol habría de dar
veinticuatro vueltas para completar un día. Si decimos que ambas cosas,
entonces —caso de que el sol diese toda su vuelta en el espacio de una hora— el
movimiento no podría llamarse día. Como tampoco se llamaría día en el caso de
que el sol desapareciese tanto tiempo como el que suele gastar en su recorrido
de una mañana a otra.
Pero
ahora no es mi pregunta sobre eso que llamamos día. Me pregunto qué es el
tiempo con el que medimos el recorrido del sol. Si éste hiciera su carrera en
un espacio de tiempo de doce horas, diríamos que ha hecho su recorrido en la
mitad del tiempo habitual. Caso de comparar ambos tiempos, diríamos que uno es
sencillo y otro doble, aun suponiendo que el sol hiciese su recorrido unas
veces de oriente a oriente en veinticuatro horas y otras en doce.
Nadie me
diga, pues, que el tiempo es el movimiento de los cuerpos celestes. Sabemos que
el sol se detuvo por mandato de alguien hasta conseguir la victoria en una
batalla[4].
Se paró el sol, pero el tiempo siguió pasando. La batalla se prolongó y terminó
en el espacio de tiempo necesario para darse y concluirse.
En
consecuencia, veo que el tiempo es una cierta extensión. ¿Lo veo así o me
parece verlo? Mi luz y verdad, tú me lo mostrarás.
24
¿Me
mandas que apruebe a quien afirme que el tiempo es el movimiento del cuerpo? No
me lo mandas. Pues te oigo decir que ningún cuerpo se mueve más que en el
tiempo. Pero no te oigo decir que el tiempo sea el movimiento de un cuerpo.
Cuando se mueve un cuerpo me valgo del tiempo para medir la duración del
movimiento del cuerpo, desde que comienza a moverse hasta que acaba. Y si no lo
veo comenzar a moverse y sigue moviéndose —ni veo tampoco cuándo acaba— no
puedo medir su duración. A no ser que comience a contarla desde que lo vi hasta
que dejé de verlo. Si lo vi durante mucho tiempo, sólo podré afirmar que se
estuvo moviendo por largo rato. Pero nunca podré decir cuánto. No se puede
decir «cuánto» sino en relación a otra cosa. Así, por ejemplo: «tanto es esto
cuanto aquello», o «esto es doble comparado con aquello». Y otras cosas
semejantes.
Pero si pudiésemos comprobar los espacios de los lugares
de dónde y hacia dónde se dirige el cuerpo en movimiento o sus partes, si se
mueve sobre sí mismo como sobre su propio eje, entonces podríamos averiguar
cuánto tiempo ha durado el movimiento del cuerpo o de sus partes desde un lugar
a otro. Si, por tanto, el movimiento de un cuerpo es distinto a la medida de
la duración de ese mismo movimiento, ¿quién no deja de ver a cuál de los dos
debamos llamar tiempo con más propiedad? Porque cuando un cuerpo se mueve
—unas veces de una manera y otras de otra— o cuando está parado, no sólo
medimos su movimiento por el tiempo, sino también su estado de reposo. Y
decimos: «Estuvo parado tanto como en movimiento» o «estuvo parado el doble o
el triple del tiempo que en movimiento». Y así, más o menos, como suele
decirse, cualquiera otra circunstancia que aprecie o estime nuestra dimensión.
Luego el tiempo no es el
movimiento del cuerpo.
25
Te
confieso, Señor, que todavía no sé lo que es el tiempo. De la misma manera te
confieso que estoy diciendo estas cosas en el tiempo, que «ha mucho» que estoy
hablando del tiempo y que este «mucho tiempo» no sería tal si no fuera por la
duración del tiempo. ¿Y cómo sé yo esto, si no sé todavía lo que es el tiempo?
¿Será quizá porque no acierto a explicar lo que ya sé? ¡Ay de mí, que ni
siquiera sé lo que no sé! En tu presencia estoy, Dios mío, y no miento. Como
hablo, así lo siento en mi corazón. Tú eres, Señor, mi lámpara, mi Dios que
alumbra mis tinieblas[5]
27
(...)
En ti,
alma mía, mido yo el tiempo. No me vengas ahora con que el tiempo es otra cosa.
Ni te perturbes por la multitud de tus sensaciones. En ti misma, repito, es
donde mido yo el tiempo. Lo que mido es aquella misma sensación impresa por las
cosas que pasan y que queda impresa en ti después que han pasado. No mido las
que han pasado dejando esa sensación. Al medir el tiempo, mido esa impresión o
sensación. Luego, o esta impresión es el tiempo o no mido el tiempo.
¿Y qué
sucede cuando medimos el silencio y decimos que tal silencio duró como aquella
voz? ¿No extendemos nuestro pensamiento a medida de la voz, como si sonase y
así poder determinar algo de las pausas o intervalos de silencio habidos en un
espacio de tiempo? Es claro que, sin hablar y abrir la boca, podemos recitar
mentalmente poemas, versos y cualquier discurso, así como cualquier clase de
movimiento medible. Nos damos cuenta también de la duración del tiempo y de la
relación que hay de un tiempo a otro, y lo hacemos del mismo modo que si
habláramos de estas cosas o las recitáramos en voz alta.
Pongamos
el ejemplo de un hombre que quiere emitir un sonido prolongado y decide de
antemano la largura de éste. Dicho hombre pensó en silencio, sin duda alguna,
el espacio de dicho tiempo y lo encomendó a la memoria. Luego comenzó a emitir
aquel sonido hasta los límites prefijados. Ciertamente la voz se oyó y se oirá.
Porque la parte de aquella voz que fue pronunciada ya se oyó. La parte que
queda se oirá y de esta manera llegará a su fin. Mientras tanto, la atención
presente del hombre relega el futuro al pasado. De esta manera, el pasado
aumenta en la medida que disminuye el futuro, hasta que el futuro quede
completamente absorbido y se haga todo pasado.
28
¿Pero
cómo se disminuye o se absorbe el futuro que todavía no existe? O ¿cómo aumenta
el pasado que ya no existe? No por otra razón, sino porque el alma —que regula
este proceso— realiza estas tres funciones: espera, atiende y recuerda. El
futuro que espera, pasa por el presente —al que está atento— hacia el pasado
que recuerda.
¿Puede
negar alguien que el futuro todavía no existe? Sin embargo, existe en el alma
la expectación de futuro. ¿Hay alguien que pueda negar que el pasado ya no existe?
A pesar de ello, hay todavía en el alma la memoria del pasado. ¿Y quién podrá
negar que el presente carece de extensión, pues se da en un punto? Con todo, la
atención persiste porque pasa lo que existe a la existencia. No es, por tanto,
el futuro lo que es largo. Un futuro largo es la larga expectación del futuro.
Tampoco es largo el pasado, que ya no existe. Un pasado largo es un largo
recuerdo o memoria del pasado.
Supongamos
que me dispongo a cantar una canción que aprendí. Antes de comenzar, mi
expectación se extiende a toda ella. Pero, una vez comenzada, lo que quito de
aquella expectación para el pasado hace extender mi recuerdo en la misma
medida. De esta manera se extiende la vida de esta acción mía en la memoria
por lo que acabo de cantar, y en la expectación por lo que todavía me queda por
cantar. Pero mi capacidad de atención sigue presente y por ella pasa lo que era
futuro para convertirse en pasado. Mientras se repite esto, tanto más se reduce
la expectación cuanto más se alarga el recuerdo, hasta que la expectación
llegue a reducirse por completo, cuando acabada mi acción pase a la memoria.
Y lo que
sucede con la canción completa, sucede asimismo con cada una de sus partes y
con cada una de sus sílabas. Y esto mismo sucede con otra acción más larga, de
la que esa canción pudiera ser una parte. Y así con toda la vida de los
humanos, de la que todas sus acciones son partes. Y así también con toda la
historia de la humanidad, de la que la vida de cada hombre es una parte.
29
(...)
Miraré hacia adelante, olvidándome de todo lo pasado, sin extender mi
deseo a las cosas futuras y transitorias, sino estando atento a las que están
delante de nosotros. No es la distracción sino la atención la que me lleva en
este camino hacia la palma de la vocación de lo alto, donde oiré la voz de
tu alabanza[6]
y contemplaré tu gozo[7],
que no viene ni pasa.
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