domingo, 24 de noviembre de 2013

Memorias de la Utopía en Nuestra América

 
 
Horacio Cerutti Guldberg

publicado por el CECIES / Centro de Ciencia, Educación y Sociedad 
 

“El pensamiento crítico es constitutivo del pensar utópico, ambos se requieren […] La utopía es una luz que debe mantenerse encendida”[3].

Los tres tópicos que nos reúnen están intrínsecamente articulados entre sí. Si nos viéramos obligados a resumirlo en una frase concisa, diríamos: sin memoria no habría propuestas utópicas de justicia. Y esa sola frase –la cual podría ser modificada en varias facetas- se convierte en un dolor de cabeza, porque todo depende, como siempre, de lo que entendamos por cada uno de los términos implicados. La memoria no es sólo memoria individual, sino ineludiblemente también colectiva y nos excede ampliamente en el tiempo. Sólo aprehendiendo, atrapando, esta dimensión podremos eludir la fantasía peligrosísima de una presuntuosa originalidad genésica. No hay tal. Aunque siempre, también, hay dosis de novedad inédita. La memoria de lo padecido reclama justicia. Y justicia no es sólo castigo a culpables, sino aportes que permiten restañar y/o reconstruir lo ya perdido. Esta es una de las grandes enseñanzas de nuestros pueblos originarios, aunque muy poco atendida. En realidad, la reparación exige, para ser tal, mucho más que ansias de retorno o recuperación. Es construcción de lo nuevo, que nunca lo es total y absolutamente. Y aquí entra la utopía, la que estamos entendiendo, muy lejos de una visión paradisíaca y ficticia, como una exigencia de resolución alternativa y de construcción propositiva de una realidad que aparece a primera vista como insuperable e inmodificable. Difícil de modificar, sí. Inmodificable, sólo si nos resignamos y nos dedicamos riesgosamente a un ingenuo carpe diem. La utopía nos impulsa a probar, a arriesgar la construcción de inéditos intentándolo.

Dicho lo cual, aparece más claro que resulta indispensable articular dimensiones epistemológicas e históricas para quedar en condiciones de aprovechar conocimientos generados en nuestro propio discurrir histórico. Incluso, los tópicos mencionados aluden claramente a dimensiones tempo-espaciales. Los dóndes se van esclareciendo poco a poco. Los cuándos aparecen claramente relacionados con los tres tópicos, articulando las tres instancias de la temporalidad: pasado-memoria, futuro-justicia, presente-utopía. Es siempre desde el presente que se reconstruye historiográficamente el pasado y se trabaja en la construcción de un futuro auténticamente alternativo. Porque sólo hay presente, aunque –digámoslo así- dispongamos de pasados y futuros para reconstruirlos y proyectarlos respectivamente.

Tratemos de explicitar ese presente utópico o utopizador para poder exponernos o exteriorizarnos de mejor manera.

La noción de utopía está unida en su propia gestación a lo que significó la aparición o la visualización –tergiversada, por supuesto- de lo que se identificó como América más allá de sus fronteras geográficas y simbólicas. Vamos por partes. ¿Acaso lo que se denominó América no existía y plenamente antes de eso? Evidentemente sí. Pero no fue nada evidente en aquellos momentos para quienes llegaban en plan de dominio. Lo que ‘descubrieron’ apareció como raro, sugerente, desafiante, poco o nada confiable, insólito, novedoso, original y, al mismo tiempo, repodrido, deleznable, rechazable. Les interesaba asimilarlo, extraerlo, ordeñarlo, desangrarlo y lo hicieron hasta donde les alcanzó la fuerza, porque la resistencia fue generalizada y constante. ¡No ha cejado! De lo que no se percataron tan sencillamente, fue de todo lo aportado por ‘estos extraños que aparecieron’ para ellos, porque de extraños no tenían nada para sí mismos.

En un pequeño estudio relativamente reciente, Carlos Pérez Zavala recuperaba algunas de las estimulantes sugerencias efectuadas por Germán Arciniegas (1900-1999) en su libro América en Europa de 1975.

“Lo que Arciniegas dice […] es que al conocer la verdad sobre América, que no es parte de Asia ni el Nuevo Mundo, sino la mitad no conocida por los europeos del único cosmos, sólo a partir de entonces es posible una ciencia que supere la magia y la fantasía. El descubrimiento en el sentido de conocimiento muestra como realidad ámbitos que eran objeto de teorías. Sobre esta tierra firme pueden construir Copérnico y Galileo, pese a la anacrónica Inquisición. Es posible una física, una matemática, una geografía, una astronomía… […] Pero la palabra más afortunada para designar todo ese impulso fue utopía. Esta palabra quiere decir lugar inexistente. […] antes de Moro las utopías están montadas en el aire [citando a Arciniegas] “Si América existe, en América es posible la Utopía” […] Utopía es el símbolo de la protesta, se utopiza porque hay insatisfacción, se desea una sociedad justa, que no se tiene, inspirada en la felicidad del hombre y no en su avasallamiento”[4].

No se trata de examinar ahora todos los detalles de los aportes y consideraciones de Arciniegas, recuperados en parte por estas palabras de Pérez Zavala, lo cual exigiría otra labor con adelantos en diferentes estudios[5]. Nos interesa recuperar de esta lectura de Pérez Zavala solamente ciertos aspectos: constitución de la ciencia, utopía posible, el deseo de justicia que la impulsa, América como su soporte.

Comencemos por esto último: América como soporte de la utopía. Y no solamente eso, sino que la haría posible. Dado que el lugar inexistente existe, entonces lo imposible, en tanto provendría de esa inexistencia, resultaría posible. Mas, antes de abundar en estas consecuencias, conviene detenernos en el modo en que reconstruimos esta memoria. Si la reconstrucción es algo así como: nos descubrieron, nos evangelizaron, nos incorporaron a la historia universal, nos enseñaron a pensar, nos inculcaron valores, nos humanizaron, ya casi no queda más nada que hacer, salvo la sumisión completamente derrotista y cabizbaja. Sin embargo, no sólo nunca fue así, sino que –retomando nuevamente las sugerencias de Arciniegas, compartidas por tantas y tantos investigadores de estas cuestiones- hubo papel activo, resistencia poco sumisa, rebeliones y luchas, incluso prefiriendo perder la vida que someterse y hasta ejerciendo esa terrible decisión sobre hijos, conyugues, etc. Ante la obstaculización de una vida digna, mejor no vida o suspender la vida. Lo cual reubica la cuestión de la violencia, generalmente adjudicada a quienes la padecieron y padecen. Esto le quedó clarísimo a Cristóbal Colón en relación con el fantaseado ‘buen salvaje’. Cuando experimentó su resistencia, su insubordinación, lo convirtió en mal civilizado.

Sobre la gestación de la utopía hemos trabajado intensamente en otras ocasiones y no vamos a retomar aquí detalladamente el asunto. En todo caso, sin la isla de utopía, en donde renació en 1959 incandescente la utopía, no hubiera habido utopía, para decirlo así en breves palabras. Pero, una vez gestada o, mejor, re-gestada la noción, porque ya estaba desde la Grecia clásica en marcha y seguramente desde muchísimo antes en diversas partes del globo, aunque sin nombre explícito, resulta oportuno dar una mirada sobre sus itinerarios más relevantes en la región. Esto alude a diversos intentos, siempre requeridos de más y detallados exámenes muy cuidadosos. Así, sublevaciones indígenas, comunidades utópicas, quilombos, reducciones, emancipaciones, búsquedas insaciables de nuevas alternativas en el proceso mismo de su construcción permanecen como partes de esta historia, cuya memorización resulta apasionante. Quizá lo más curioso, también hay que señalarlo, es que estas sublevaciones nunca han mermado.

En uno de los numerosos trabajos que hemos dedicado a estas cuestiones, planteábamos a inicios de los ’80 del siglo pasado, cuatro usos del término utopía –entre los innumerables disponibles- que conviene retomar: horizonte utópico, género utópico, ejercicio utópico y razonamiento hipotético[6]. Cada uno de estos usos aparecía especificado. El horizonte opera al interior de la ideología como programa o propuesta a realizar por un movimiento o movilización social. El género es similar a los géneros bíblicos, obra de autor individual con alta carga moral, plantea en este caso un mundo ideal en la ficción, generalmente una isla o ámbito aislado, sin generar movilizaciones sociales. Los ejercicios suelen traducirse en comunidades con todo su potencial y sus limitaciones. El último de estos usos terminológicos alude al modo de operar las hipótesis científicas al interior del discurso historiográfico, buscando horadar la situación dada para construir alternativas. En relación con el primer caso, retomábamos la propuesta anfictiónica de Simón Bolívar y ella sigue estando como tarea pendiente, con todo y lo que se ha avanzado en estos años. En relación al género, lo que más conviene resaltar es el peligro de ‘paternalismos’, señalado oportunamente por Pablo González Casanova en su estudio de 1953 sobre la obra del mexicano Juan Nepomuceno Adorno (1807-1880) La armonía del universo de 1882. ‘Paternalismos’ que, como lo recuperábamos de los perspicaces análisis de González Casanova, ninguneaban o minusvaloraban la política ejercida por esas mismas bases sociales. Ejercicios se podrían mencionar muchos. Recordemos los Hospitales del “Tata” Vasco de Quiroga, las Misiones Jesuíticas, las rebeliones indígenas como la encabezada por Túpac-Amaru (ahora son, felizmente, ya incontables por todo el globo), lo cual nos lleva de la mano a revisar las dimensiones mesiánicas asociadas con estos movimientos, sus dimensiones carismáticas, etc.[7]. En cuanto a la faceta hipotética, cabe recordar el modo en que Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005) entendía la historiografía literaria en el marco utópico propuesto por Pedro Henríquez Ureña (1884-1946).

Lo que pretendemos insinuar con estas referencias es la necesidad de seguir estudiando con todo detalle, precisión y pertinencia estos múltiples casos, sendas, itinerarios e intentos. Allí seguimos apreciando estos niveles en la cotidianidad y siempre están enlazadas las tres dimensiones que ahora nos reúnen. El esfuerzo de recuperación de estas memorias requiere muchos matices en el quehacer historiográfico: recurso a fuentes, testimonios, revisión de estudios previos, interrogantes renovados, probar enfoques sugestivos, etc. en una tarea interminable y, al mismo tiempo, tremendamente fecundante. Porque no deja de renovar el esfuerzo de búsqueda, interrogación, cuestionamiento, reformulación de propuestas. Las relaciones fines / medios se muestran aquí con toda su complejidad y para nada remiten a un dualismo ingenuo o binarismo, sino a una complejidad que aparece resumida en esas dos dimensiones nunca excluyentes, sino complementarias. Lo cual conduce, casi inexorablemente, a examinar la dimensión dialéctica puesta en juego[8]. Lo mismo ocurre con cualquier memoria y con cualquier exigencia de justicia. La utopía sirve como un articulador, puente o bisagra posibilitante o, mejor, exigente de posibilitación.

La variedad de estas experiencias permanentemente renovadas, las cuales no parece viable declararlas clausuradas, expone sin pausa reclamos y demandas que se sintetizan en reconocimiento de derechos y búsqueda de justicia. Reconocimiento pleno de derechos, pero no para quedarse en ello con muy buenas intenciones, sino para hacerlos efectivos cuanto antes. Todo es para ayer. Lo mismo acontece con la búsqueda de justicia, que no es venganza ni réplica, sino armonioso equilibrio garantizado, no sólo declamado. Por lo tanto, a la base, en el fundamento de todas estas búsquedas, se ubica la igualdad, pero no como criterio homogeneizante, sino como pauta de comportamiento respetuosa de las diferencias e, incluso, capaz de apreciar lo que esas diferencias aportan al conjunto humano, desplegando plenitudes insospechadas. ¿Esto quiere decir que todo se vale y que cada quien haga lo que le venga en ganas? Está claro que no. Porque cuando el quehacer de unas y unos incomoda, no digamos ya perjudica, el de otras y otros, la cuestión requiere de reglas del juego comúnmente aceptadas. A la base de la búsqueda de justicia en el reconocimiento de estas diversidades que no minimizan a quienes son (somos) humanas/os[9].

No hemos podido ocultar, aunque lo intentamos, que la temática nos apasiona desde hace muchos años y lo sigue haciendo. El utopizar in fieri resulta gestor de múltiples intentos, ninguno desechable en principio. La articulación intrínseca entre teoría y práctica –inherente a la noción de praxis- ha sido ampliada a utopía y praxis con suma perspicacia por Guillermo Martínez Parra:

“La uto-praxis es el lugar, es el espacio en el tiempo, de la acción concreta en la búsqueda de la utopía. Con ello, no queremos reflexionar, desde una visión absolutizante, en el “pensamiento” sobre la utopía de la praxis, sino de poner en marcha la praxis de esa utopía. Nuestra reflexión permite entonces mantener la idea de cierta complementariedad entre el concepto de praxis y el concepto de utopía”[10].

Los protagonistas de esta complementariedad son nodales, según el autor:

“La identidad de los sujetos utopráxicos se construye por medio de la desidentificación, desde la desaparición y […] la sustitución de la identidad previa”[11].

El sujeto a que se hace referencia no es un mago o hacedor caprichoso de lo que se le antoja e impone a todas, todos y/o todo lo demás, sino un participante que aprende en el hacer mismo. Como lo resalta Guillermo:

“El sujeto es un sujeto oprimido, que bajo la resistencia activa habrá de configurar, bajo una praxis determinada históricamente, una visión utópica, es decir, construye los principios para su liberación. Aunque lo más importante es que ese sujeto es el sujeto que lucha por y para su liberación, no es el sujeto de la liberación, esto es, no se presenta como sujeto que ocupa el lugar simbólico del que sabe, el que ordena, el que manda, el que nos guía”[12].

¿Para qué enfrascarnos en la labor interminable de reconstruir la memoria de la utopía en Nuestra América? Para quedar en mejores condiciones de proponer utopías –jugamos aquí con todas las sinuosidades de la noción, como hemos mostrado anteriormente en algunas de sus aristas- que permitan efectivizar y garantizar la justicia a sí debida para todas y todos, evitando meter las patas de nuevo o tropezar con las mismas piedras…

En los epílogos de un libro lleno de sugerencias e insinuaciones, además de múltiples fuentes y referencias, muchas de ellas difícilmente accesibles y fruto de incansables búsquedas, Hugo Biagini efectúa una síntesis acerca de la utopía a propósito del estudio de la Reforma Universitaria cordobesa de 1918. Veamos qué más nos aporta para estas reflexiones con su brillante capacidad de enhebrar diferentes enfoques, siempre con su inmensa capacidad irónica y su gran fuerza argumental.

“Las posibilidades del pensamiento utópico para captar la realidad y guiar adecuadamente el comportamiento humano han sido cuestionadas desde posiciones muy disímiles. Ortodoxias espiritualistas y positivistas, dogmáticas tendencias liberales, marxianas y posmodernas han esgrimido un sinfín de argumentos para denostar esa forma mentis con mayor o menor energía.

Entre las objeciones principales, se hace hincapié en el ingenuo vacío y en el absurdo que encierran las utopías, junto a la imposibilidad de su instrumentación. Simultáneamente, dichas manifestaciones suelen ser vinculadas con actitudes evasivas o con personalidades enfermizas de carácter esquizoide. Por otra parte, se le imputa a la utopía un trasfondo irracional y autoritario, su propensión a partir de cero y manejar a la gente mediante esquemas colectivistas de variadas orientaciones, hasta convertir a sus exponentes en enemigos de la sociedad abierta”[13].

Todo pareciera ingresar en un esfuerzo denodado por ‘calmar’ o ‘desarmar’ la fuerza utópica desplegada. A este esfuerzo de disminución del desenfado utópico se enfrenta Hugo claramente:

“Mientras que por un lado se le confiere a la utopía el papel de profeta de la alteridad absoluta y la comunidad perfecta, por otro se la constriñe a anunciar ideales menos remotos que sirvan para reducir conflictos y desigualdades, creando condiciones para la reforma social. Pese a esas innegables diferencias, sea que sólo tomemos a la utopía bajo el encuadramiento revolucionario, sea que veamos únicamente en ella el correlato de la disidencia, los prolongados fracasos que siembran el camino hacia un orden de cosas más justo y equitativo no llegan a borrar los inconmensurables adelantos que han inspirado el pensamiento y la práctica utópicos”[14].

Y esto es lo maravilloso, que el ansia de lo deseable, no por caprichito, sino por necesidad ha ido dando lugar a esfuerzos muy valiosos.

“En momentos de nuevos levantamientos masivos, vuelven a plantearse las alianzas entre los pueblos, al margen de gobiernos fuertemente restringidos o corruptos, hacia la elaboración de utopías postcapitalistas ante un sistema sin respuestas para la gente, con postulaciones que no soslayan ni a la misma revolución –ese camino anormal elegido para evadir la competencia y lucha por la vida, según han argüido las clases dirigentes, élites y sus secuaces”[15].

La gente no se rinde. No nos rendimos y tenemos bien clara la

“… negativa a recorrer la calle del Después porque conduce a la plaza del Nunca[16].

Esta actitud inquebrantable hace renacer, fortalece y mantiene

“… un contexto en el que –frente al neoliberalismo económico, al neoccidentalismo cultural y al realismo periférico de las relaciones carnales con los países dominantes- descuellan diversos indicadores neoaborigenistas y neobolivarianos con olor a izquierda plebeya y con grados más profundos de integración regional”[17].

Podríamos señalar, por lo tanto, que las tareas de la memoria y de la utopía por efectivizar la justicia conllevan, también, la recuperación del esfuerzo de unidad de Nuestra América, sabedoras y sabedores de que sólo unidos podremos avanzar decisivamente y podremos lo que no podemos ahora o no alcanzamos ni siquiera a vislumbrar. Darnos esa ocasión, construir esa oportunidad, siguen siendo tareas pendientes[18].

Hoy tenemos cada vez más gente en las calles, reapropiándose de las mismas y, a través de ellas, del espacio público también en su plenitud simbólica, a la búsqueda de la construcción de alternativas o, por lo menos, de compartir insatisfacciones y frustraciones crecientes. El individualismo aislante, el ‘encierro’ tecnológico –aunque con todo su potencial comunicante- y el consumismo -estimulado e impedido constantemente- reactivan el ansia de pertenencia y la participación con las y los demás. Si la protesta no pasa de allí y no se traduce en organización, las demandas no avanzan suficientemente en su concreción. Probablemente late en su fondo lo más relevante de la tradición populista de la Escuela de Salamanca articulado con el mandar obedeciendo zapatista, si pretendemos retomar algunos antecedentes separados por largo tiempo histórico, con características disímiles, pero pasibles de convergencias fecundantes. Es que recuperar la soberanía como mandatarias y mandatarios permite superar la expresión del hartazgo espontáneo y avanzar en la construcción de alternativas. Lo cual exige re-construirnos como sujetos protagónicos, asumiendo nuestras responsabilidades en procesos de democratización cada vez más radicales y aún a sabiendas de que la sola democracia tampoco será suficiente. ¡Ni hablemos de la democracia ‘delegativa’, con la cual ya nos han engatusado suficientemente!

No resulta ya sostenible, en los tiempos que corren, continuar ejerciendo una actitud de predominio y saqueo depredador de los humanos frente a la naturaleza. Recuperar la noción de Madre Tierra de la experiencia de nuestros pueblos originarios resulta decisivo para la sobrevivencia de humanos en este mundo. No se requiere especialidad en ecología para advertir los desatinos que se suceden en las cotidianidades. También en relación con esta dimensión las rebeliones siguen in crescendo.

Conviene, por tanto, regresar a nuestro tópico inicial y repreguntarnos, en el marco de todas estas aristas que hemos ido considerando, si la utopía no insistiría en operar como un mecanismo de evasión. La respuesta que nos sigue pareciendo más pertinente es que puede hacerlo y servir de mero distractor para que no pase nada. Un poco aquello de que todo parezca que cambie, para que todo siga igual. Lo cual no deja de ser sumamente funcional para los sectores dominantes, quienes hábilmente suelen visualizar las exigencias masivas como puro barullo plenamente controlable y dentro de marcos de gobernabilidad que las engullen y no permiten un ir más allá.

De manera muy esperanzadora, lo que estamos presenciando en muy diversas variantes y en diferentes contextos es que las búsquedas se enfocan, justamente, en un más allá que procura no ser más de lo mismo. Unas búsquedas de construcción de alternativas, donde reformas comienzan a articularse con transformaciones revolucionarias de fondo, resquebrajando unas fronteras que no pocas veces fueron vistas como contraposiciones excluyentes. Ahora van apareciendo cada vez más como sumatorias, donde –a esto le apostamos- las inventivas puedan emerger de modo cada vez más nítido.

Siempre hemos tenido convicciones de viabilidades en las propuestas de construcciones de mundos alternativos. Todo pareciera depender de la capacidad de organización desde las bases sociales, tramando una horizontalidad que no puede eludir ingenuamente dimensiones institucionales y, más bien, pugnando por ponerlas a su servicio. Aquí entran otros aspectos que exceden estas consideraciones, pero que vienen exigidas por las mismas: constitución de sujetos, concepciones del Estado y sus funciones, política y cotidianidad, etc. Pero, que las excedan en cuanto a esta exposición, no quiere decir que sean externas o ajenas. Forman parte inherente de estas búsquedas y sólo de un enfoque holístico provendrá mayor claridad al respecto.

En todo caso, nos corresponde insistir en que lo utópico operante en la historia –para recuperar terminologías que hemos propuesto desde hace ya mucho tiempo- nos permite seguir trabajando e impulsando, motorizándonos –para decirlo metafóricamente- intensamente en estas movilizaciones, rebeliones y revoluciones reveladoras, precisamente porque construyen, idean, imaginan, transgreden e inventan. La tensión no resuelta entre un status quo intolerable y unos sueños diurnos exhibidores de lo que anhelamos, creemos que debería ser, nos gustaría que fuese, nos exige responsabilidad, esfuerzo, entrega y búsquedas de lucidez siempre compartida. Y es que entre todas y todos pugnamos por alcanzar la dignidad a nos debida, la cual no será sólo migajas derramadas de ninguna mesa instaurada por encima. ¡No se nos otorgará! La alcanzaremos construyéndola o todo seguirá casi igual desfachatadamente.-

Córdoba, Argentina, 29 de junio de 2013.-

Notas:


[1] Conferencia en el XV Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana: “Memoria, Justicia y Utopía. Diálogos filosóficos e interdisciplinarios”, Bogotá, Universidad Santo Tomás, viernes 5 de julio de 2013. Agradezco a las autoridades de la Universidad la invitación, particularmente a los muy apreciados colegas Rafael Antolínez Camargo, Freddy Santamaría Velasco, Leonardo Tovar, Damián Pachón Soto y César Freddy Pongutá Puerto por sus gentilezas.-

[2] Catedrático de la UNAM (Investigador del CIALC y Profesor de la FFyL) en México. Actualmente de año sabático colaborando con la Universidad Católica de Córdoba y con la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.-

[3] Alex Ibarra Peña, “Juan Rivano: filósofo latinoamericano del riesgo” en: Intus-Legere Filosofía. Viña del Mar, Chile, Universidad Adolfo Ibáñez, Número Especial: Filosofía en Chile siglo XX, n° 2, Vol. 6, año 2012, p. 79.-

[4] Carlos Pérez Zavala, Luis Reinaudi, periodista. Canal del pensamiento latinoamericano [1909-1944]. Río Cuarto, Argentina, Universidad Nacional de Río Cuarto, 2009, pp. 75, 78 y 79. Cursivas en el original. Agradezco a Carlos, a quien tuve el gusto de volver a ver hace muy poco en Río Cuarto después de muchos años, el acceso a su texto.-

[5] Indicios sugerentes brinda Consuelo Triviño Anzola, “La utopía americana de Germán Arciniegas” en: Historia Crítica. Universidad de Los Andes, n° 21, enero-junio 2001, pp. 57-64, accesible por vía virtual.-

[6] “Itinerarios de la utopía en Nuestra América” (1984) en: La utopía de Nuestra América (Ensayos de utopía III). “Presentación” Rosa María Margarit. “Prólogo” Grace Prada. Heredia, Costa Rica, Universidad Nacional, 2ª edición corregida [1ª edición Bogotá, Universidad Central, “Presentación” Luis Enrique Orozco, 1989], 2007, pp. 163-191.-

[7] Sigue siendo de consulta indispensable el libro de Pierre-Luc Abramson, Las utopías sociales en América Latina en el siglo XIX. México, FCE, 1999.-

[8] Remito a mi trabajo “Problematizar la dimensión dialéctica del pensar (con especial referencia a Nuestra América)”, Conferencia Inaugural del Primer Congreso Internacional “Aproximaciones y reflexiones sobre Dialéctica en Nuestra América” organizado por el Proyecto: “Espacio, Dialéctica y Cuerpo. Hacia una Simbólica desde Nuestra América” (DGAPA-PAPIIT IN400511) y Área de Psicología Social, FES Iztacala-UNAM, celebrado en el Auditorio Leopoldo Zea del CIALC-UNAM del 3 al 5 de octubre de 2012, en prensa Revista Cubana de Ciencias Sociales.-

[9] No deja de resultar sintomático que se acaba de abrir un debate fuerte en México relacionado con los antecedentes del PAN. Aquiles Elorduy escribía en La Reacción (?) el 12 de mayo de 1941: “… el triunfo de Alemania ha de significar la propagación de hábitos tan benéficos y de normas tan útiles, [¿]cómo no suspirar por el triunfo de una causa que pueda influir en México para convertir a su pueblo apático, vicioso, holgazán, ignorante y degradado en pueblo trabajador, técnico, económico, culto y digno? (…) considero necesario el mal del nazismo alemán para llegar a ser nación y después nación libre…” (Citado por Rafael Barajas, El Fisgón, en su sugestivo estudio “La raíz nazi del PAN” en: La Jornada. México, 12 de junio de 2013, accesible por vía virtual).-

[10] “Once tesis sobre utopía y praxis o utopraxis”, Tesis I, gentileza del autor.-

[11] Ibidem, Tesis VI, B.-

[12] Ibidem, Tesis VIII. Conviene tomar en cuenta el libro muy reciente de Guillermo Parra Martínez, Hegel y Leonardo Boff, una teología crítica (coincidencias y diferencias). Bogotá, Ediciones desde abajo, 2012, 89 págs.-

[13] Hugo E. Biagini, La contracultura juvenil. De la emancipación a los indignados. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012, pp. 483-484.-

[14] Ibidem, pp. 487-488.-

[15] Ibídem, p. 495.-

[16] Idem, mayúsculas y cursivas en el original.-

[17] Ibidem, p. 497.-

[18] Hemos desarrollado más estas dimensiones en nuestro libro Democracia e integración en Nuestra América (Ensayos). “Prólogo” Clara Alicia Jalif de Bertranou. Mendoza, Argentina, Editorial de la Universidad Nacional de Cuyo, 2007, 180 pp.-

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