lunes, 28 de julio de 2014

Integración entre razón y afecto para una ética que cuida

Fragmentos de Leonardo Boff: Ética y Moral. La búsqueda de  los fundamentos, Bilbao, Sal Terrae, 2003.
 
 
Cómo nace la ética

 

Hoy vivimos una grave crisis mundial de valores. A la inmensa mayoría de la humanidad le resulta difícil saber lo que es correcto y lo que no lo es. Ese oscurecimiento del horizonte ético redunda en una enorme inseguridad en la vida y en una permanente tensión en las relaciones sociales, que tienden a organizarse más alrededor de intereses particulares que en torno al derecho y la justicia. Este hecho se agrava aún más por causa de la propia lógica dominante de la economía y del mercado, que se rige por la competencia -la cual crea oposiciones y exclusiones- y no por la cooperación -que armoniza e incluye-o Con ello se dificulta el encuentro de estrellas-guía y de puntos de referencia comunes, importantes para las conductas personales y sociales.

Conviene también no olvidar lo que constató el historiador Eric Hobsbawm en su obra The Age of Extremes [La era de los extremos]: ha habido más cambios en la humanidad en los últimos cincuenta años que desde la edad de piedra. Esa aceleración ha hecho que los mapas conocidos ya no puedan orientamos, que la brújula haya llegado a perder el Norte. En esta situación dramática, ¿cómo fundar un discurso ético mínimamente consistente?

 

Religión y razón: fuentes de la ética

 

El estudio de la historia revela que hay dos fuentes que orientaron y siguen orientando ética y moralmente a las sociedades hasta nuestros días: las religiones y la razón.

Las religiones continúan siendo los nichos de valor privilegiados para la mayoría de la humanidad. Samuel P. Huntington, en su famosa obra El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, reconoce explícitamente: «En el mundo moderno, la religión es una fuerza funda-mental, quizá la fuerza fundamental, que motiva y moviliza a la gente... Lo que en último análisis cuenta para las personas no es la ideología política ni el interés económico; aquello con lo que las personas se identifican son las convicciones religiosas, la familia y los credos. Por estas cosas combaten e incluso están dispuestas a dar su vida» (1997, p. 77). Hans Küng, uno de los pensadores mundiales que más se han ocupado de estas cuestiones, propone las religiones como la base más realista y eficaz para construir «Una ética mundial para la economía y la política» (título de uno de sus libros). Dejando a un lado las diferencias, que no son pocas, los puntos comunes entre ellas permiten elaborar un consenso ético mínimo, capaz de mantener unida a la humanidad y de preservar el capital eco lógico indispensable para la vida. Las religiones representan en la historia el ethos que ama y cuida.

La razón crítica, que irrumpió casi simultáneamente en todas las culturas mundiales en el siglo VI a.c., en el llamado «tiempo axial» (Karl Jaspers), trató de establecer desde el primer momento códigos éticos universalmente válidos. La fundamentación racional de la ética y de la moral (ética autó noma) representó un esfuerzo admirable del pensamiento humano desde los maestros griegos Sócrates, Platón y Aristóteles, pasando por san Agustín, Tomás de Aquino e Immanuel Kant, hasta los moder-nos Henri Bergson, Martin Heidegger, Hans Jonas, Jürgen Habermas, E. Dussel y, entre nosotros, Enrique de Lima Vaz y Manfredo Oliveira -si nos quedamos dentro del marco de la cultura occidental.

Esta tarea sigue aún abierta, alejada de otros esfuerzos éticos fundados en otras bases que no son la razón (éticas heterónomas). Es el ethos que busca. Con todo, el nivel de convencimiento ha sido moderado y se ha limitado a los ambientes académicos; por ello ha tenido una incidencia limitada en la vida cotidiana de las poblaciones. Esos dos paradigmas no quedan invalidados por la crisis actual, pero tienen que ser enriquecidos, si queremos estar a la altura de las demandas éticas que nos vienen de la realidad hoy globalizada.

 

El afecto: fuente originaria de la ética

 

La crisis crea la oportunidad de ir a las raíces de la ética y nos invita a descender a aquella instancia en la que continuamente se forman valores. La ética, para ganar un mínimo de consenso, tiene que brotar de la base última de la existencia humana, que no reside en la razón, como siempre ha pretendido Occidente.

La razón, como ha reconocido la misma filosofía, no es el primer momento ni el último de la existencia. Por eso no explica ni abarca todo. La razón se abre hacia abajo, de donde emerge algo más elemental y ancestral: la afectividad; y se abre también hacia arriba, hacia el espíritu, que es el momento en que la conciencia se siente parte de un todo y que culmina en la contemplación y en la espiritualidad. Por lo tanto, la experiencia fundamental no es «pienso, luego existo», sino «siento, luego existo». En la raíz de todo no está la razón (logos), sino la pasión (pathos).

David Goleman diría: «En el fundamento de todo está la inteligencia emocional». El afecto, la emoción..., en suma, la pasión, es un sentir profundo. Es entrar en comunión, sin distancia, con todo lo que nos rodea. Por la pasión captamos el valor de las cosas. y el valor es el carácter precioso de los seres, aquello que los hace dignos de ser y apetecibles. Sólo cuando nos apasionamos, vivimos valores. Y por los valores nos movemos y somos.

Siguiendo a los griegos, llamamos a esa pasión eros, amor. El mito arcaico lo dice todo: «Eros, el dios del amor, se levantó para crear la tierra. Antes todo era silencio, desnudo e inmóvil. Ahora todo es vida, alegría, movimiento». Ahora todo es precioso, todo tiene valor, por causa del amor y de la pasión.

 

Tensión entre afecto y razón

 

Pero la pasión está habitada por un demonio. Dejada a sí misma, puede degenerar en formas de disfrute destructivo. Todos los valores valen, pero no todos valen para todas las circunstancias. La pasión es un caudal fantástico de energía que, como las aguas de un río, necesita márgenes, límites y la justa medida. De lo contrario, irrumpe avasalladora. Es aquí donde entra la función insustituible de la razón. Lo propio de la razón es ver claro y ordenar, disciplinar y definir la dirección de la pasión.

Aquí surge una dialéctica dramática entre la pasión y la razón. Si la razón reprime la pasión, triunfan la rigidez, la tiranía del orden y la ética utilitaria. Si la pasión prescinde de la razón, dominan el delirio de las pulsiones y la ética hedonista, del puro disfrute de las cosas. Mas, si se impone la justa medida, y la pasión se sirve de la razón para un autodesarrollo ordenado, entonces emergen las dos fuerzas que sustentan una ética prometedora: la ternura y el vigor.

 

Irradiación de la ética: la ternura y el vigor

 

La ternura es el cuidado para con el otro, el gesto amoroso que protege y da paz. El vigor abre caminos, supera obstáculos y transforma los sueños en realidad. Es la rivalidad sin la dominación, la dirección sin la intolerancia. Ternura y vigor, o también ánimus y ánima, construyen una personalidad integrada, capaz de mantener unidas las contradicciones y de enriquecerse con ellas. Son dos principios capaces de sustentar un humanismo sostenible, fundado en la materialidad de la historia y en la espiritualización de las prácticas humanas.

De estas premisas puede nacer una ética capaz de incluir a todos en la familia humana. Tal ética se estructura en torno a los valores fundamentales ligados a la vida, a su cuidado, al trabajo, a las relaciones cooperativas y a la cultura de la no violencia y de la paz. Es un ethos que ama, cuida, se responsabiliza, se solidariza, se compadece.

 
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