Entrevista a Foucault
Esta entrevista realizada en 1978 es inédita en
español y se incluye en "El poder, una bestia magnífica", volumen que Siglo
XXI publicará en octubre.
¿Por qué usted, sin ser
antropólogo, se interesa más, desde un punto de vista filosófico, en la
estructura de las instituciones que en los mecanismos evolutivos?
La palabra clave de todos sus
libros parece ser "poder", ya se lo entienda en el sentido de poder
disciplinario, poder de la medicina mental o poder omnipotente de la pulsión
sexual…
-Está claro, procuré definir las estrategias del poder en ciertos ámbitos. Por ejemplo, Vigilar y castigar se inicia con un "teatro del terror", la puesta en escena espectacular que acompañaba las ejecuciones públicas hasta el siglo pasado. Se suponía que ese ceremonial clamoroso y carnavalesco en el cual la mano omnipotente de la justicia hacía ejecutar la sentencia bajo la mirada de los espectadores grababa su mensaje de manera indeleble en las mentes de éstos. Con frecuencia el castigo excedía la gravedad del delito, y de ese modo se reafirmaban la supremacía y el poder absoluto de la autoridad. En nuestros días el control es menos severo y más refinado, pero no por ello menos aterrador. Durante el transcurso de nuestra vida todos estamos atrapados en diversos sistemas autoritarios; ante todo en la escuela, después en nuestro trabajo y hasta en nuestras distracciones. Cada individuo, considerado por separado, es normalizado y transformado en un caso controlado por una IBM. En nuestra sociedad, estamos llegando a refinamientos de poder en los que ni siquiera habrían soñado quienes manipulaban el teatro del terror.
¿Y qué podemos hacer?
-El punto en que nos encontramos
está más allá de cualquier posibilidad de rectificación, porque la
concatenación de esos sistemas ha seguido imponiendo este esquema hasta hacerlo
aceptar por la generación actual como una forma de la normalidad. Sin embargo,
no se puede asegurar que sea un gran mal. El control permanente de los
individuos lleva a una ampliación del saber sobre ellos, el cual produce hábitos
de vida refinados y superiores. Si el mundo está en trance de convertirse en
una suerte de prisión, es para satisfacer las exigencias humanas.
No sólo crítico, usted es, además, un rebelde.
-Pero no un rebelde activo. Jamás
desfilé con los estudiantes y los trabajadores, como lo hizo Sartre. Creo que
la mejor forma de protesta es el silencio, la total abstención. Durante mucho
tiempo me parecieron intolerables los aires que se daban algunos intelectuales
franceses y que les flotaban encima de la cabeza como las aureolas en algunos
cuadros de Rafael. Por eso me fui de Francia. Me marché a un exilio total y
maravilloso, primero en Suecia, donde dicté clases en la Universidad de
Uppsala, y después en un lugar que es todo lo contrario, Túnez, donde viví en
Sidi Bou Said. De esa luz mediterránea puede decirse sin lugar a dudas que
acentúa la percepción de los valores. En África del Norte se toma a cada uno
por lo que vale. Cada uno debe afirmarse por lo que dice y hace, no por lo que
ha hecho o por su renombre. Nadie pega un salto cuando se dice
"Sartre".
-Sartre no tiene sucesores, así
como yo no tengo predecesores. Su intelectualismo es de un tipo extremadamente
inusual y particular. Y hasta incomparable. Pero el mío no es de ese tipo. No
siento ninguna compatibilidad con el existencialismo tal como lo definió
Sartre. El hombre puede tener un control completo de sus propias acciones y su
propia vida, pero hay fuerzas capaces de intervenir que no pueden ignorarse.
Para serle franco, prefiero la sensibilidad intelectual de R. D. Laing. En su
ámbito de competencia, Laing tiene algo que decir y lo vuelca en el papel con
claridad, espíritu e imaginación. Habla en función de su experiencia personal,
pero no hace profecías. ¿Por qué, entonces, habríamos de formular profecías,
cuando éstas rara vez se cumplen? De la misma manera, admiro a Chomsky. Tampoco
él profetiza: actúa. Participó activamente en la campaña norteamericana contra
la Guerra de Vietnam, con sacrificio de su trabajo pero en el marco de su
profesión de lingüista.
-La vida mental abarca todo. ¿No
dice Platón más o menos esto: "Jamás estoy tan activo como cuando no hago
nada"? Hacía referencia, desde luego, a las actividades intelectuales, que
en el plano físico casi no exigen, tal vez, otra cosa que rascarse la cabeza.
¿Sus intereses siempre fueron filosóficos?
-Como mi padre, me incliné hacia
la medicina. Pensaba especializarme en psiquiatría, por lo cual trabajé tres
años en el hospital Sainte-Anne de París. Tenía veinticinco años, era muy
entusiasta -idealista, por así decirlo- y contaba con una buena cabeza y un
montón de grandes ideas. ¡Aun en ese momento! Fue entonces cuando conocí a
alguien a quien llamaré Roger, un internado de veintidós años. Lo habían
mandado al hospital porque sus padres y amigos temían que se hiciese mal y
terminara por autodestruirse durante una de sus frecuentes crisis de angustia
violenta. Nos hicimos buenos amigos. Lo veía varias veces al día durante mis
guardias en el hospital, y empezó a caerme simpático. Cuando estaba lúcido y no
tenía problemas, parecía muy inteligente y sensato, pero en algunos otros
momentos, sobre todo los más violentos, era preciso encerrarlo. Lo trataban con
medicamentos, pero ese tratamiento demostraba ser insuficiente. Un día me dijo
que nunca lo dejarían irse del hospital. Ese horrible presentimiento provocaba
un estado de terror y éste, a su vez, generaba angustia. La idea de que podía
morir lo inquietaba mucho y llegó a pedir que le hicieran un certificado médico
donde constara que nunca lo dejarían morir; como está claro, la solicitud se consideró
ridícula. Su estado mental se deterioró y al final los médicos llegaron a la
conclusión de que, si no se intervenía con rapidez de la forma que fuera, se
mataría. Así, con el consentimiento de su familia, procedieron a hacer una
lobotomía frontal a ese joven excepcional, inteligente, pero incontrolable? Por
más que el tiempo pase, y haga yo lo que haga, no consigo olvidar su rostro
atormentado. Muchas veces me pregunté si la muerte no era preferible a una no
existencia, y si no se nos debería brindar la posibilidad de hacer lo que
queramos con nuestra vida, sea cual fuere nuestro estado mental. En mi opinión,
la conclusión evidente es que aun el peor dolor es preferible a una existencia
vegetativa, porque la mente tiene realmente la capacidad de crear y embellecer,
incluso a partir de la más desastrosa de las existencias. De las cenizas
siempre surgirá un fénix?
Lo veo optimista.
-En teoría, pero la teoría es la
práctica de la vida. En el fondo de nosotros mismos sabemos que todos los
hombres deben morir. La meta inevitable hacia la cual nos dirigimos desde el
momento en que nacemos queda entonces demostrada. De todas formas, la opinión
común parece ser diferente: todos los hombres se sienten inmortales. ¿Por qué,
si no, seguirían los ricos abultando sus cuentas bancarias y haciéndose
construir suntuosas viviendas? La inmortalidad parecería ser la preocupación
del momento. Por ejemplo, algunos científicos están muy atareados en calcular,
por medio de máquinas de alta tecnología, acontecimientos que deberían
verificarse dentro de millares de años. En los Estados Unidos hay un interés
creciente por la hibernación del cuerpo humano, al que en una época ulterior
debería volver a llevarse a la temperatura normal. Cada año la preocupación por
la inmortalidad aumenta, aunque una cantidad cada vez más grande de personas
mueran de un infarto a causa del tabaco y la alimentación excesiva. Los
faraones nunca encontraron la solución al problema de la inmortalidad, ni
siquiera cuando se hicieron enterrar con sus riquezas, que esperaban llevar
consigo. Dudo mucho de que seamos nosotros quienes resolvamos ese problema.
Algunas palabras bien escogidas pueden ser más inmortales que una masa de
ectoplasma congelado?
¿Y estamos de nuevo hablando del poder?
-Alcanzar la inmortalidad es la máxima aspiración del poder. El hombre sabe que es destructible y corruptible. Se trata de taras que ni siquiera la mente más lógica podría racionalizar. Por eso el hombre se vuelve hacia otras formas de comportamiento que lo hacen sentirse omnipotente. A menudo son de naturaleza sexual.
Usted ha hablado de ellas en el primer
volumen de su Historia de la sexualidad .
¿Por qué elegir el sexo como chivo
expiatorio?
-¿Y por qué no? El sexo existe y
representa el noventa por ciento de las preocupaciones de la gente durante gran
parte de las horas de vigilia. Es el impulso más fuerte que se conozca en el
hombre; en diferentes aspectos, más fuerte que el hambre, la sed y el sueño.
Disfruta incluso de cierta mística. Se duerme, se come y se bebe con otros,
pero el acto sexual -al menos en la sociedad occidental- se considera como una
cuestión del todo personal. Por supuesto, en ciertas culturas africanas y
aborígenes se lo trata con la misma desenvoltura que a los demás instintos. La
Iglesia heredó los tabúes de las sociedades paganas, los manipuló y elaboró
doctrinas que no siempre se fundan en la lógica o la práctica. Adán, Eva y al
mismo tiempo la serpiente perversa se convirtieron en imágenes en blanco y
negro de comprensión inmediata, que podían constituir un punto de referencia
aun para las mentes más simples. El bien y el mal tenían una representación
esencial. La significación de "pecado original" pudo grabarse de
manera indeleble en las mentes. ¿Quién habría podido prever que la imagen
residual iba a sobrevivir durante tantos siglos? [...]
¿A qué o a quién atribuye usted la erosión de
la influencia ejercida por la Iglesia y la mayor comprensión hacia cualquier
forma de práctica sexual?
-No podemos subestimar la
influencia de un señor que se llama Freud. Sus teorías no siempre eran ciento
por ciento correctas, pero en cada una de ellas había una parte de verdad.
Freud trasladó la confesión de la rígida retórica barroca de la Iglesia al relajante
diván del psicoanalista. La imagen de Dios ya no vino a resolver los
conflictos: dejó su lugar al individuo mismo a través de la comprensión de sus
actos. Esa resolución ya no era algo que podía obtenerse en cinco minutos de
alguien que se declaraba superior porque estaba al servicio de una fuerza más
elevada. Freud jamás tuvo esas pretensiones. El individuo debía ser su propio
dios, por lo cual la responsabilidad de la culpa recaía por entero sobre sus
hombros. ¡Y la responsabilidad siempre es lo más difícil de aceptar!
¿No cree usted que el psicoanálisis se ha
convertido en un instrumento expiatorio fácil para nuestro problema?
-Esa tendencia existe, pero más
preocupante es quizás el hecho de que el psicoanálisis ya no sea un instrumento
sino una fuente de motivación. Freud elaboró una teoría relativa a la precoz
naturaleza sexual de los niños. Como es obvio, los psiquiatras no esperaban que
los niños se prestaran a verdaderos actos sexuales; de todas maneras, no
resultaba tan fácil explicar su manera de chupar el pecho o la búsqueda
automática de tal o cual parte erógena de su propio cuerpo. Por desgracia, a
continuación se llegaron a connotar en términos sexuales hasta la comida del
niño, las historietas que leía o los programas de televisión que miraba. Sería
fácil concluir que en todo eso los psicoanalistas leían más de lo que realmente
había. Así, esos niños quedan hoy encuadrados por un mundo sexualmente
orientado -creado por accidente para ellos y no por ellos-, un mundo que, en
esta fase del desarrollo, les ofrece bien pocas ventajas.
En su último libro, Herculine Barbin llamada
Alexina B. , usted despliega el tema del cambio de sexo.
-Estaba haciendo algunas
investigaciones para la Historia de la sexualidad en los archivos del departamento
de Charente-Maritime cuando me cayó en las manos la extraordinaria relación del
caso de una mujer cuyo estado civil debió rectificarse y a la que hubo que
anotar como hombre. Los casos de cambio de sexo son corrientes en nuestra
época, pero en general se trata de hombres que se convierten en mujeres. Vienen
a la mente de inmediato ejemplos como el de Christine Jorgensen, que después
fue actriz, o el de la célebre Jan Morris. Como sea, la mayoría de las mujeres
transformadas en hombres tenían, al parecer, los órganos de los dos sexos y la
transformación estaba determinada por la preponderancia de la hormona masculina
o la hormona femenina. El caso de Alexina B. fue extraordinario no sólo debido
al aspecto físico, sino también a la masa de documentos exhaustivos y de acceso
inmediato: esencialmente, informes de médicos y abogados. En consecuencia, pude
estudiarlo en sus grandes líneas. Alexina B. descubrió la incongruencia de su
propia personalidad cuando se enamoró de otra mujer. Si se tiene en cuenta que
esto sucedía en el siglo XIX y, más aún, en una pequeña ciudad de provincia, es
interesante advertir que ella no procuró reprimir sus sentimientos como
desviaciones homosexuales y dejar todo como estaba. De haber sido así, no
habría nada que escribir sobre el tema?
Al parecer, usted siente una fascinación
intensa por la exposición cronológica y el análisis de un acontecimiento real.
También ha publicado Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, mi
hermana y mi hermano?
-Medio siglo, pero pocos
kilómetros, separan a Pierre Rivière de Herculine Barbin. En cierto sentido,
ambos reaccionaban contra el medio y la clase social en los que habían nacido.
No considero que el acto de Pierre Rivière -si bien engloba un matricidio y
tres homicidios- sea la afirmación de una mente atormentada o criminal. Es una
manifestación de increíble violencia si se la compara con la de Herculine, pero
la sociedad campesina normanda en la cual creció Pierre aceptaba la violencia y
la degradación humanas como un elemento de la vida cotidiana. Pierre era un
producto de su propia sociedad, así como Herculine lo era de su sociedad
burguesa y nosotros lo somos de nuestro medio sofisticado y mecanizado. Después
de cometido su crimen, Pierre podría haber sido capturado con mucha facilidad
por los demás habitantes de la aldea, pero éstos tenían la sensación de que no
era un deber de la colectividad administrar justicia por su propia cuenta.
Estaban convencidos de que era el padre de Pierre quien debía asumir el papel
de vengador y rectificar la situación. Algunos críticos consideraron mi libro
sobre Pierre Rivière como una reafirmación de la teoría existencial, pero en mi
opinión eso es absurdo. Veo a Pierre como la imagen de la fatalidad de su
tiempo, exactamente como Herculine reflejaba el optimismo de fines del siglo
pasado, cuando el mundo era fluido y podía pasar cualquier cosa, cualquier
locura.
Pero Pierre Rivière podría convertirse fácilmente en una ilustración clínica extraída de la Historia de la locura en la época clásica ?
-La psiquiatría contemporánea
sostendría que Pierre se vio obligado a cometer su horrible crimen. Pero ¿por
qué debemos situarlo todo en el límite entre salud mental y locura? ¿Por qué no
podríamos aceptar la idea de que hay personas totalmente amorales que caminan
por la calle y son absolutamente capaces de cometer homicidios o infligir
mutilaciones sin experimentar sentimiento de culpa o escrúpulo de conciencia
algunos? ¿Hasta qué punto Charles Manson está loco, hasta qué punto los
asesinos de niños que deambulan en libertad por Inglaterra están locos? O, en
una escala mucho más grande, ¿cuál era el grado de locura de Hitler? La
psiquiatría puede llegar a conclusiones basadas en tests, pero aun el mejor de
estos puede falsificarse. Yo me limito a sostener que todo debe juzgarse desde
su propia perspectiva y no en función de precedentes eventualmente verificados.
En la Historia de la locura traté, en sustancia, de investigar la aparición del
concepto moderno de enfermedad mental y de las instituciones psiquiátricas en
general. Me incliné a incorporar mis reflexiones personales sobre la locura y
sus relaciones con la literatura, sobre todo cuando afectaba a grandes figuras
como Nietzsche, Rousseau y Artaud. ¿Puede una forma de locura originarse en la
soledad impuesta por la profesión literaria? ¿Es posible que la composición
química de un escritor estimule metabólicamente las raíces de la locura? Éstas
no son, por cierto, preguntas que puedan encontrar respuesta mediante una
simple presión sobre el teclado de una computadora IBM.
¿Cuál es su posición con respecto a los
diferentes movimientos de liberación sexual?
-El objetivo fundamental que se
proponen es digno de admiración: producir hombres libres e ilustrados. Pero
justamente el hecho de que se hayan organizado con arreglo a categorías
sexuales -la liberación de la mujer, la liberación homosexual, la liberación de
la mujer en el hogar- es en extremo perjudicial. ¿Cómo se puede liberar
efectivamente a personas que están ligadas a un grupo que exige la
subordinación a ideales y objetivos específicos? ¿Por qué el movimiento de
liberación de la mujer sólo debe reunir a mujeres? Para serle franco, ¡no estoy
seguro de que aceptaran la adhesión de los hombres! Muchas veces, las filiales
locales de los movimientos homosexuales son en la práctica clubes privados. La
verdadera liberación significa conocerse a sí mismo y con frecuencia no puede
alcanzarse por intermedio de un grupo, sea cual fuere.
Hasta ahora la acción de masas parece haber
sido eficaz.
-De todas formas, el pensamiento
individual puede mover montañas y hasta doblar cucharas. Y es el conocimiento
el que estimula el pensamiento. Por eso, en libros como Las palabras y las
cosas y La arqueología del saber traté de estructurar de manera orgánica el
saber en esquemas de comprensión y acceso inmediatos. La historia es saber y,
por lo tanto, los hombres pueden conocer a través de ejemplos de qué manera, en
el transcurso de épocas pasadas, se afrontó la vida y se resolvieron sus
problemas. La vida misma es una forma de autocrítica, dado que, aun en las más
mínimas elecciones, es preciso efectuar una selección en función de múltiples
estímulos. En La arqueología del saber intenté analizar el sistema de
pensamiento que me es personal y el modo en que llegué a él. Se trata, con
todo, de una operación que no habría podido llevar a cabo sin la ayuda de una
buena cantidad de escritores y filósofos que estudié a lo largo de los años.
A pesar de sus vastos conocimientos, o quizás
a causa de ellos, hay muchas cosas que lo contrarían.
-Miro mi país, miro los demás
países y llego a la conclusión de que carecemos de imaginación sociológica y
política, y ello en todos los aspectos. En el plano social sentimos amargamente
la falta de medios para contener y mantener el interés no de intelectuales,
sino del común de los mortales. El conjunto de la literatura comercial masiva
es de una pobreza lamentable, y la televisión, lejos de alimentar, aniquila. En
el plano político hay en la hora actual muy pocas personalidades que tengan
gran carisma o imaginación. ¿Y cómo podemos pretender entonces que la gente
haga un aporte valedero a la sociedad, si los instrumentos que se le proponen
son ineficaces?
¿Cuál sería la solución?
-Debemos empezar por reinventar
el futuro, sumergiéndonos en un presente más creativo. Dejemos de lado
Disneylandia y pensemos en Marcuse.
-Querido amigo, los filósofos no
nacen? son, ¡y con eso basta!