por Juliana Pensa
Universidad Nacional de Córdoba (UNC)
XVII Congreso Nacional de Filosofía / AFRA / UNIV. NACIONAL DEL LITORAL / Santa Fe, 4 - 8 de agosto 2015 / 1035-1042
en Hernán Accorinti... [et al.]; compilado por Manuel Berrón; Griselda Parera; María Sol Yuan. 1a ed. - Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral. Facultad de Humanidades y Ciencias, 2017. Libro digital, PDF
Resumen
La crítica del cristianismo en Nietzsche es la crítica de las garantías metafísicoteológicas de la tradición, esto es, la vida común gregariamente normalizada perteneciente a una comunidad arraigada en garantías metafísicas y religiosas. El ataque del filósofo al cristianismo y su moral se fundamenta en que éstos niegan los instintos vitales, y el alcance y sentido de su labor crítica se precisa a través de nociones fundamentales que constituyen dicha crítica, a saber: la compasión, el concepto de Dios, la figura del sacerdote y el ideal ascético.
Palabras
clave: transvaloración de los valores / ideal ascético / instintos vitales
El
cristianismo es el heredero legítimo de la transavaloración realizada por el pueblo
judío1, el heredero de la rebelión de los esclavos en
la moral, dirá Nietzsche; con él, Dios deja ser la pertenencia del pueblo
elegido para convertirse en el Dios cosmopolita, pero conserva intactos sus
rasgos pálidos, lúgubres, desfallecientes.
El ataque de
Nietzsche al cristianismo y su moral se fundamenta en que éstos niegan los
instintos vitales, los instintos constitutivos de todo ser humano, y falsifican
así, en mor del ocultamiento y represión de aquellos, la imagen del hombre,
situándolo como centro y medida de todas las cosas2, y del mundo. Crean, de este modo, un mundo verdadero, un mundo
trascendente, un mundo de felicidad, al cual se accede luego de peregrinar y
padecer en este, el mundo terrenal.
En el cristianismo pasan a primer plano los instintos de los sometidos y los oprimidos: los estamentos más bajos son los que buscan en él su salvación. Aquí, como ocupación, como medio contra el aburrimiento, se practica la casuística del pecado, la autocrítica, la inquisición de la conciencia; aquí se mantiene constantemente en pié (mediante la oración) el afecto con respecto a un Poderoso, llamado "Dios"; aquí lo más alto es considerado inalcanzable, un don, una "gracia".
Aquí
el cuerpo es despreciado, la higiene, rechazada como sensualidad; la Iglesia se
defiende de la limpieza (la primera medida cristiana tras la expulsión de los
moros fue la clausura de los baños públicos, de los cuales Córdoba poseía, ella
sola, 270). Cristiano es cierto sentido de crueldad con respecto a sí mismo y
con respecto a otros; el odio a los que piensan de otro modo; la voluntad de
perseguir. Representaciones sombrías y excitantes ocupan el primer plano; los
estados de ánimo más anhelados, designados con los nombres más altos, son los
epileptoides. La dieta es elegida de tal modo que favorezca los fenómenos
morbosos y sobreexcite los nervios. Cristiana es la enemistad a muerte contra
los señores de la tierra, contra los "aristócratas" - y a la vez una
emulación escondida, secreta ( -a ellos se les deja el "cuerpo", se
quiere únicamente el "alma"...) Cristiano es el odio al espíritu,
al orgullo, al valor, a la libertad, al libertinage del espíritu;
cristiano es el odio a los sentidos, a la alegría de los sentidos, a la
alegría en cuanto tal... 3.
Nietzsche ve en el cristianismo el peligro más grande que acecha a la cultura europea y occidental; a través de sus entramados imaginarios logra conformar un mundo en el cual el animal humano, en su afán de convertirse en hombre, se va moldeando conforme a ciertas estructuras que son contrarias a la naturaleza, contrarias a los instintos de la vida, tarea ésta lograda gracias a un instrumento fundamental, que vendría a ser el bastión mejor disfrazado para subyugar al hombre, a saber, la compasión. Esa compasión, tan cristiana y difundida como virtud 4, no es más que un claro síntoma de debilidad, de depresión, de agotamiento de fuerzas. Nietzsche ve en la compasión a la enfermedad que va en detrimento de una salud ascendente y vigorosa.
En esto reside
la denuncia del filósofo: el cristianismo, es decir, la moral de la compasión,
es hostil a la vida. ¿Compasión hacia quién? Hacia los desventurados que encontrarán
la felicidad eterna en el "más allá", en la "vida
verdadera". Allí se manifiesta el oculto odio cristiano, el odio a quien
sea capaz de vivir en el mundo presente, único mundo existente, sin reprimir
los sentimientos vitales y sin necesidad de un mundo imaginario inventado. Por
eso se justifica y tiene sentido la vida miserable, porque en este mundo que no
es el verdadero (negación de la vida) sólo se puede sufrir (al suprimir sus
instintos más constitutivos inevitablemente el hombre padece, se empobrece),
pero como resarcimiento al daño (que en realidad no es visto como tal, es
decir, como daño, sino como una especie de suerte, pues esto es lo que lo habilita
al sujeto a la "gloria eterna") aguarda una eternidad de felicidad.
El cristianismo es el odio a lo natural.
Nietzsche ve
también en el concepto cristiano de Dios la piedra de toque de dicha religión y
el concepto más corrupto de Dios al que el hombre ha llegado. Porque este Dios
es el Dios de los enfermos, de los débiles y es la representación de la nada
misma, en tanto implica la voluntad de nada, puesto que todo es la voluntad de
Dios. El Dios cristiano es la representación del bien en sí, de lo bueno, de lo
verdadero, es lo absoluto.
a
moral contranatural, es decir, casi toda la moral hasta ahora enseñada,
venerada y predicada se dirige, por el contrario, precisamente contra los
instintos de la vida, -es una condena, a veces encubierta, a veces ruidosa e
insolente, de esos instintos. Al decir "Dios ve el corazón", la moral
dice no a los apetitos más bajos y más altos de la vida y considera a Dios
enemigo de la vida... El santo en el que Dios tiene su complacencia es el
castrado ideal... La vida acaba donde comienza el "reino de Dios... 5.
Y también, al
respecto, "¡Dios, degenerado a ser la contradicción de la vida, en lugar
de ser su transfiguración y su eterno sí! ¡En Dios, declarada la hostilidad a
la vida, a la naturaleza, a la voluntad de vida! ¡Dios, fórmula de toda
calumnia del "más acá", de toda mentira del "más allá"! ¡En
Dios, divinizada la nada, santificada la voluntad de nada!..."6.
Por otra
parte, encontramos en el análisis nietzscheano del cristianismo una figura fundamental
que no puede perderse de vista a la hora de comprender la crítica formulada por
el filósofo, a saber, el sacerdote.
El
sacerdote es el <envenenador de la vida>; el que ha realizado la
inversión valorativa. Él ha dado de beber a Eros su veneno letal. Es el
inversor, el transvalorador, el artífice del mundo de irrealidad donde se
mueven las almas de los creyentes. El sacerdote necesita envenenar la vida;
necesita del dolor y del sufrimiento; necesita que la existencia sea
insoportable, que no pueda ser sostenida por las fuerzas de lo vital. Para ello
ha enfermado al hombre, lo ha domeñado; lo ha vuelto medroso e inseguro. Ha
hecho de él el sufriente de la vida. El sacerdote necesita del sufrimiento 7.
Anteriormente
mencionamos la transvaloración de los valores efectuada por el pueblo judío y
encarnizada y profundizada por el cristianismo; pues bien, el ideal por antonomasia
de esta transvaloración es el ideal ascético. El ascetismo es, primero, crueldad
consigo mismo y, después, crueldad con los demás. Los sacerdotes son personas
impotentes y debido a esa impotencia crece en ellos el odio (que se hace manifiesto
en dicha crueldad); odio al cuerpo, a las pasiones, a lo vivo, a lo inmediato; son,
en palabras de Nietzsche, los máximos odiadores de la historia universal, y el ideal
ascético es el ideal sacerdotal.
Pues,
al mismo tiempo que quiere vivir, no puede querer afirmar lo que es interno a su
propia vida: esa parte de sí mismo que le horroriza en la medida en que, por temor,
no la puede afirmar como suya y que rechaza como mala, diabólica, externa a él.
Así, en el ideal ascético, en lugar de que esta prueba cotidiana, conocida por todo
ser vivo, sea vivida con fuerza y serenidad, se vive en el rechazo, el miedo a perder
la vida y la incapacidad para vivirla tal como se presenta 8.
La cuestión de
trasfondo es, ya no la manera en que el sacerdote concibe y lleva adelante su
propia vida, sino, más bien, la tarea que éste se atribuye, a saber, la de redimir
a los hombres en nombre de la divinidad, porque él es su representante en la tierra,
él es el vocero de imperativos trasmundanos. Nietzsche ve en el ideal
ascético el mejor instrumento de poder de los sacerdotes, y a su vez éste ideal
viene a ser la suprema autorización de tal poder, puesto que, en la creencia
general, es Dios quien actúa detrás de los clérigos. Pero ¿en qué radica el
"éxito" de dicho ideal sacerdotal? En que a través de él el hombre
encuentra una meta, un sentido a su vida.
La
falta de sentido del sufrimiento, y no este mismo, era la maldición que hasta ahora
yacía extendida sobre la humanidad, -¡y el ideal ascético ofreció a ésta un sentido!
Fue hasta ahora el único sentido; algún sentido es mejor que ningún sentido;
(...) el hombre quedaba así salvado, tenía un sentido, en
adelante no era ya como una hoja al viento, como una pelota del absurdo, del
"sin sentido", ahora podía querer algo...9.
Al hombre
gregario le aterra la soledad, huye de ésta, la sola idea de pensarse dueño y
señor de su vida le resulta pavorosa, prefiere, en cambio, hipotecarla bajo presupuestos
falsos, y encuentra en el sacerdote el guía perfecto. La moral que imparte el
asceta, su forma de valorar, implica un sometimiento directo a una voluntad que
no es la propia, implica sumirse en valores que surgen de propiciar una
condición de mendicidad del hombre, la cual lo obliga a negar y a avergonzarse
de sus características más constitutivas; el cuerpo debe ser negado, es la
cárcel del alma, no vivido y experimentado, las pasiones deben aplacarse,
ocultarse; el destino propio puesto en manos de otro. Las tres palabras del
ideal ascético, encarnadas en el sacerdote y transmitidas al hombre gregario:
pobreza, humildad, castidad.
Volvamos
ahora, luego de lo expuesto, un paso atrás respecto de lo dicho, en cuanto a
los valores. En este sentido resulta muy pertinente rescatar lo que el filósofo
dice en el prefacio de Ecce homo. Allí encontramos lo que para Nietzsche
es el criterio de los valores, a saber, la verdad que puede arriesgar y
soportar un espíritu. Entonces, si los valores supremos son los de la moral
cristiana esto quiere decir que los "espíritus" partícipes de dicho
modo de vida no quieren arriesgar su verdad, ficticia y artificial, ni soportar
la verdad que se halla detrás de aquella. Así mismo, no son culpables de ceguera,
sino de pereza, puesto que experimentar en carne propia el sentido profundo de
lo que significa "la verdad que puede arriesgar y soportar un
espíritu" implica padecer "el aire de las alturas", implica la
soledad (tan temida por el hombre de rebaño), aquel largo camino recorrido por
Nietzsche antes de la aurora. Pues la vida está compuesta de múltiples colores,
de matices, de instantes, de transformaciones, de errores (la moral es un
error, una ilusión, una interpretación); no hay un fundamento último, un
principio primero. Comprender esto, pudiendo elevarse un momento por encima del
proceso, es lograr la autosupresión de la moral. Pero el hombre de la moral, el
hombre de la metafísica, prefiere querer la nada a no querer.
Así damos con
lo que creemos es un punto de total relevancia en el pensamiento nietzscheano:
la necesidad de querer, la necesidad de creer. Y aquí concordamos con la lectura
de Alejandro Ocampos, según el cual "la crítica de Nietzsche, pues, está
en el desear, en la necesidad de creer, aun cuando sea creer en que no se cree.
La propuesta de Nietzsche, la transmutación de los valores, no está en el ser
anticristiano o, simplemente agnóstico, sino en dejar esa necesidad y es que el
ser agnóstico sólo revalora y ratifica lo poderoso del ideal de Dios y ese
ansioso deseo del creer"10. Según Ocampos,
el ataque de Nietzsche va más allá de la figura misma de Dios, la referencia es
simplemente coyuntural en tanto y en cuanto él (Dios) representa la creencia.
De todos modos, es bajo la sombra de Dios donde la modernidad vio ahogados y sepultados
sus valores vitales, los cuales "van desde la alegría, hasta la pasión y
su negación sólo representa dos cosas: la sumisión a una promesa introyectada a
fuerza y fundamentada en el resentimiento o, una pobreza espiritual del hombre
y una inferioridad con respecto a sí mismo. La tiranía del logos contra la
vitalidad"11.
Todo el empeño
de Nietzsche recae, pues, en demostrar el origen contingente y arbitrario que
posee la moral y en sustraer los significados morales a la existencia (es decir,
mirar el mundo sin concepciones morales ni religiosas), a través de un
minucioso trabajo de desenmascaramiento de ilusiones y autoengaños. La moral de
la compasión era para Nietzsche el claro desvío de la cultura europea, la
última enfermedad, el retroceso de la humanidad. La fatalidad del hombre reside
en que ha triunfado como meta final el modelo mediocre de hombre, la humanidad
se ha nivelado, se ha reducido a lo más bajo, a lo más manso, a lo más prudente,
se le ha arrancado a la existencia todo carácter visceral constitutivo capaz de
elevarla a lo más alto.
Bibliografía
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Valadier, Paul
(1982): Nietzsche y la
crítica del cristianismo, Madrid, Ediciones
Cristiandad.
Notas
1 En el Tratado Primero de La Genealogía de la moral Nietzsche
analiza con espíritu histórico las expresiones "bueno (schlecht) y
"malo" (gut), dejando en evidencia que originariamente (antes
de la Guerra de los Treinta Años) dichos conceptos, siendo ya juicios
valorativos, no se utilizaban entonces para designar la valoración de acciones,
más bien tenían que ver con la distinción, específicamente con la distinción de
rangos; las valoraciones se encontraban directamente relacionadas con
determinadas formas de ser, concernían a cualidades y peculiaridades de los
hombres y no correspondían necesariamente a determinadas acciones. El hombre
aristocrático era el "bueno" que se diferenciaba del plebeyo, del
simple, del "malo". Lo que más interesa dejar aquí en claro es lo
siguiente: la forma de
valorar aristocrática, esto es, la moral noble, implica un decir sí a
la vida, un reafirmar la vida. Sabemos de estos hombres, a través del análisis
de Nietzsche, que eran dueños de una salud esplendorosa, la cual se hallaba en
sintonía con una constitución física poderosa, permitiéndoles así desempeñarse
en las actividades más fuertes (guerra, caza, aventuras, etc.). Pero tuvo que
haber en la historia de la humanidad algo que haya hecho cambiar la forma de
valorar aristocrática y ese algo fue el resentimiento. Aquí hay también
una variación de concepto: tras la nueva valoración ya no rige el concepto
"malo" (schlecht) sino "malvado" (böse) y con
ello toda una nueva connotación ante la cual se enfrenta Nietzsche en tanto
este cambio implica que la moral niega la vida, pues la relega a un ámbito artificial
construido adrede para esconderla, para sacrificarla.
2 "El hombre no es, en modo alguno, la corona de la creación,
todo ser está, junto a él, a idéntico nivel de perfección... Y al aseverar
esto, todavía aseveramos demasiado: considerado de modo relativo, el hombre es
el menos logrado de los animales, el más enfermizo, el más peligrosamente
desviado de sus instintos- ¡desde luego, con todo esto, también el más
interesante!" Nietzsche, Friedrich: El Anticristo, Alianza,
Madrid, 2007, p. 43.
3 Nietzsche, Friedrich: El Anticristo, Alianza, Madrid, 2007,
pp., 52-53.
4 El aforismo 14 del Tratado Primero de La genealogía de la moral resulta
muy claro respecto de cómo las cualidades más nocivas del ser humano son
transformadas, gracias al cristianismo, en "virtudes" para afirmar y
someter "al débil", al hombre del resentimiento. Por ejemplo, la
debilidad es transformada en mérito, la impotencia en bondad, la sumisión en
obediencia, la cobardía en paciencia.
5 Nietzsche, Friedrich: Crepúsculo de los ídolos, Alianza,
Madrid, 2001, p. 63.
6 Nietzsche, Friedrich: El anticristo, Alianza, Madrid, 2007,
p. 49.
7 Alarcón Viudes, Victor: "Nietzsche y la filosofía del
cristianismo", El Catoblepas, número 19, septiembre, 2003.
8 Valadier, Paul: Nietzsche y la crítica del cristianismo,
Ediciones cristiandad, Madrid, 1982, p. 200.
9 Nietzsche, Friedrich: La genealogía de la moral, Alianza,
Madrid, 2013, pp. 232-233.
10 Ocampos, Alejandro, "El hombre auténtico: Nietzsche y la
moral", Razón y palabra, número
37, febrero-marzo, 2004.
11 Ocampos, Alejandro, "El hombre auténtico:
Nietzsche y la moral", Razón y
palabra, número 37, febrero-marzo, 2004.