viernes, 1 de agosto de 2025

Nietzsche y la crítica del cristianismo

por Juliana Pensa

Universidad Nacional de Córdoba (UNC)

XVII Congreso Nacional de Filosofía / AFRA / UNIV. NACIONAL DEL LITORAL  / Santa Fe, 4 - 8 de agosto 2015 / 1035-1042


en Hernán Accorinti... [et al.]; compilado por Manuel Berrón; Griselda Parera; María Sol Yuan. 1a ed. - Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral. Facultad de Humanidades y Ciencias, 2017. Libro digital, PDF


Resumen

La crítica del cristianismo en Nietzsche es la crítica de las garantías metafísicoteológicas de la tradición, esto es, la vida común gregariamente normalizada perteneciente a una comunidad arraigada en garantías metafísicas y religiosas. El ataque del filósofo al cristianismo y su moral se fundamenta en que éstos niegan los instintos vitales, y el alcance y sentido de su labor crítica se precisa a través de nociones fundamentales que constituyen dicha crítica, a saber: la compasión, el concepto de Dios, la figura del sacerdote y el ideal ascético.

 

Palabras clave: transvaloración de los valores / ideal ascético / instintos vitales

 

El cristianismo es el heredero legítimo de la transavaloración realizada por el pueblo judío1, el heredero de la rebelión de los esclavos en la moral, dirá Nietzsche; con él, Dios deja ser la pertenencia del pueblo elegido para convertirse en el Dios cosmopolita, pero conserva intactos sus rasgos pálidos, lúgubres, desfallecientes.

El ataque de Nietzsche al cristianismo y su moral se fundamenta en que éstos niegan los instintos vitales, los instintos constitutivos de todo ser humano, y falsifican así, en mor del ocultamiento y represión de aquellos, la imagen del hombre, situándolo como centro y medida de todas las cosas2, y del mundo. Crean, de este modo, un mundo verdadero, un mundo trascendente, un mundo de felicidad, al cual se accede luego de peregrinar y padecer en este, el mundo terrenal.

En el cristianismo pasan a primer plano los instintos de los sometidos y los oprimidos: los estamentos más bajos son los que buscan en él su salvación. Aquí, como ocupación, como medio contra el aburrimiento, se practica la casuística del pecado, la autocrítica, la inquisición de la conciencia; aquí se mantiene constantemente en pié (mediante la oración) el afecto con respecto a un Poderoso, llamado "Dios"; aquí lo más alto es considerado inalcanzable, un don, una "gracia".


Aquí el cuerpo es despreciado, la higiene, rechazada como sensualidad; la Iglesia se defiende de la limpieza (la primera medida cristiana tras la expulsión de los moros fue la clausura de los baños públicos, de los cuales Córdoba poseía, ella sola, 270). Cristiano es cierto sentido de crueldad con respecto a sí mismo y con respecto a otros; el odio a los que piensan de otro modo; la voluntad de perseguir. Representaciones sombrías y excitantes ocupan el primer plano; los estados de ánimo más anhelados, designados con los nombres más altos, son los epileptoides. La dieta es elegida de tal modo que favorezca los fenómenos morbosos y sobreexcite los nervios. Cristiana es la enemistad a muerte contra los señores de la tierra, contra los "aristócratas" - y a la vez una emulación escondida, secreta ( -a ellos se les deja el "cuerpo", se quiere únicamente el "alma"...) Cristiano es el odio al espíritu, al orgullo, al valor, a la libertad, al libertinage del espíritu; cristiano es el odio a los sentidos, a la alegría de los sentidos, a la alegría en cuanto tal... 3.

 

Nietzsche ve en el cristianismo el peligro más grande que acecha a la cultura europea y occidental; a través de sus entramados imaginarios logra conformar un mundo en el cual el animal humano, en su afán de convertirse en hombre, se va moldeando conforme a ciertas estructuras que son contrarias a la naturaleza, contrarias a los instintos de la vida, tarea ésta lograda gracias a un instrumento fundamental, que vendría a ser el bastión mejor disfrazado para subyugar al hombre, a saber, la compasión. Esa compasión, tan cristiana y difundida como virtud 4, no es más que un claro síntoma de debilidad, de depresión, de agotamiento de fuerzas. Nietzsche ve en la compasión a la enfermedad que va en detrimento de una salud ascendente y vigorosa.

En esto reside la denuncia del filósofo: el cristianismo, es decir, la moral de la compasión, es hostil a la vida. ¿Compasión hacia quién? Hacia los desventurados que encontrarán la felicidad eterna en el "más allá", en la "vida verdadera". Allí se manifiesta el oculto odio cristiano, el odio a quien sea capaz de vivir en el mundo presente, único mundo existente, sin reprimir los sentimientos vitales y sin necesidad de un mundo imaginario inventado. Por eso se justifica y tiene sentido la vida miserable, porque en este mundo que no es el verdadero (negación de la vida) sólo se puede sufrir (al suprimir sus instintos más constitutivos inevitablemente el hombre padece, se empobrece), pero como resarcimiento al daño (que en realidad no es visto como tal, es decir, como daño, sino como una especie de suerte, pues esto es lo que lo habilita al sujeto a la "gloria eterna") aguarda una eternidad de felicidad. El cristianismo es el odio a lo natural.

Nietzsche ve también en el concepto cristiano de Dios la piedra de toque de dicha religión y el concepto más corrupto de Dios al que el hombre ha llegado. Porque este Dios es el Dios de los enfermos, de los débiles y es la representación de la nada misma, en tanto implica la voluntad de nada, puesto que todo es la voluntad de Dios. El Dios cristiano es la representación del bien en sí, de lo bueno, de lo verdadero, es lo absoluto.

 

a moral contranatural, es decir, casi toda la moral hasta ahora enseñada, venerada y predicada se dirige, por el contrario, precisamente contra los instintos de la vida, -es una condena, a veces encubierta, a veces ruidosa e insolente, de esos instintos. Al decir "Dios ve el corazón", la moral dice no a los apetitos más bajos y más altos de la vida y considera a Dios enemigo de la vida... El santo en el que Dios tiene su complacencia es el castrado ideal... La vida acaba donde comienza el "reino de Dios... 5.

 

Y también, al respecto, "¡Dios, degenerado a ser la contradicción de la vida, en lugar de ser su transfiguración y su eterno sí! ¡En Dios, declarada la hostilidad a la vida, a la naturaleza, a la voluntad de vida! ¡Dios, fórmula de toda calumnia del "más acá", de toda mentira del "más allá"! ¡En Dios, divinizada la nada, santificada la voluntad de nada!..."6.

Por otra parte, encontramos en el análisis nietzscheano del cristianismo una figura fundamental que no puede perderse de vista a la hora de comprender la crítica formulada por el filósofo, a saber, el sacerdote.

 

El sacerdote es el <envenenador de la vida>; el que ha realizado la inversión valorativa. Él ha dado de beber a Eros su veneno letal. Es el inversor, el transvalorador, el artífice del mundo de irrealidad donde se mueven las almas de los creyentes. El sacerdote necesita envenenar la vida; necesita del dolor y del sufrimiento; necesita que la existencia sea insoportable, que no pueda ser sostenida por las fuerzas de lo vital. Para ello ha enfermado al hombre, lo ha domeñado; lo ha vuelto medroso e inseguro. Ha hecho de él el sufriente de la vida. El sacerdote necesita del sufrimiento 7.

 

Anteriormente mencionamos la transvaloración de los valores efectuada por el pueblo judío y encarnizada y profundizada por el cristianismo; pues bien, el ideal por antonomasia de esta transvaloración es el ideal ascético. El ascetismo es, primero, crueldad consigo mismo y, después, crueldad con los demás. Los sacerdotes son personas impotentes y debido a esa impotencia crece en ellos el odio (que se hace manifiesto en dicha crueldad); odio al cuerpo, a las pasiones, a lo vivo, a lo inmediato; son, en palabras de Nietzsche, los máximos odiadores de la historia universal, y el ideal ascético es el ideal sacerdotal.

 

Pues, al mismo tiempo que quiere vivir, no puede querer afirmar lo que es interno a su propia vida: esa parte de sí mismo que le horroriza en la medida en que, por temor, no la puede afirmar como suya y que rechaza como mala, diabólica, externa a él. Así, en el ideal ascético, en lugar de que esta prueba cotidiana, conocida por todo ser vivo, sea vivida con fuerza y serenidad, se vive en el rechazo, el miedo a perder la vida y la incapacidad para vivirla tal como se presenta 8.

 

La cuestión de trasfondo es, ya no la manera en que el sacerdote concibe y lleva adelante su propia vida, sino, más bien, la tarea que éste se atribuye, a saber, la de redimir a los hombres en nombre de la divinidad, porque él es su representante en la tierra, él es el vocero de imperativos trasmundanos. Nietzsche ve en el ideal ascético el mejor instrumento de poder de los sacerdotes, y a su vez éste ideal viene a ser la suprema autorización de tal poder, puesto que, en la creencia general, es Dios quien actúa detrás de los clérigos. Pero ¿en qué radica el "éxito" de dicho ideal sacerdotal? En que a través de él el hombre encuentra una meta, un sentido a su vida.

 

La falta de sentido del sufrimiento, y no este mismo, era la maldición que hasta ahora yacía extendida sobre la humanidad, -¡y el ideal ascético ofreció a ésta un sentido! Fue hasta ahora el único sentido; algún sentido es mejor que ningún sentido; (...) el hombre quedaba así salvado, tenía un sentido, en adelante no era ya como una hoja al viento, como una pelota del absurdo, del "sin sentido", ahora podía querer algo...9.

 

Al hombre gregario le aterra la soledad, huye de ésta, la sola idea de pensarse dueño y señor de su vida le resulta pavorosa, prefiere, en cambio, hipotecarla bajo presupuestos falsos, y encuentra en el sacerdote el guía perfecto. La moral que imparte el asceta, su forma de valorar, implica un sometimiento directo a una voluntad que no es la propia, implica sumirse en valores que surgen de propiciar una condición de mendicidad del hombre, la cual lo obliga a negar y a avergonzarse de sus características más constitutivas; el cuerpo debe ser negado, es la cárcel del alma, no vivido y experimentado, las pasiones deben aplacarse, ocultarse; el destino propio puesto en manos de otro. Las tres palabras del ideal ascético, encarnadas en el sacerdote y transmitidas al hombre gregario: pobreza, humildad, castidad.

Volvamos ahora, luego de lo expuesto, un paso atrás respecto de lo dicho, en cuanto a los valores. En este sentido resulta muy pertinente rescatar lo que el filósofo dice en el prefacio de Ecce homo. Allí encontramos lo que para Nietzsche es el criterio de los valores, a saber, la verdad que puede arriesgar y soportar un espíritu. Entonces, si los valores supremos son los de la moral cristiana esto quiere decir que los "espíritus" partícipes de dicho modo de vida no quieren arriesgar su verdad, ficticia y artificial, ni soportar la verdad que se halla detrás de aquella. Así mismo, no son culpables de ceguera, sino de pereza, puesto que experimentar en carne propia el sentido profundo de lo que significa "la verdad que puede arriesgar y soportar un espíritu" implica padecer "el aire de las alturas", implica la soledad (tan temida por el hombre de rebaño), aquel largo camino recorrido por Nietzsche antes de la aurora. Pues la vida está compuesta de múltiples colores, de matices, de instantes, de transformaciones, de errores (la moral es un error, una ilusión, una interpretación); no hay un fundamento último, un principio primero. Comprender esto, pudiendo elevarse un momento por encima del proceso, es lograr la autosupresión de la moral. Pero el hombre de la moral, el hombre de la metafísica, prefiere querer la nada a no querer.

Así damos con lo que creemos es un punto de total relevancia en el pensamiento nietzscheano: la necesidad de querer, la necesidad de creer. Y aquí concordamos con la lectura de Alejandro Ocampos, según el cual "la crítica de Nietzsche, pues, está en el desear, en la necesidad de creer, aun cuando sea creer en que no se cree. La propuesta de Nietzsche, la transmutación de los valores, no está en el ser anticristiano o, simplemente agnóstico, sino en dejar esa necesidad y es que el ser agnóstico sólo revalora y ratifica lo poderoso del ideal de Dios y ese ansioso deseo del creer"10. Según Ocampos, el ataque de Nietzsche va más allá de la figura misma de Dios, la referencia es simplemente coyuntural en tanto y en cuanto él (Dios) representa la creencia. De todos modos, es bajo la sombra de Dios donde la modernidad vio ahogados y sepultados sus valores vitales, los cuales "van desde la alegría, hasta la pasión y su negación sólo representa dos cosas: la sumisión a una promesa introyectada a fuerza y fundamentada en el resentimiento o, una pobreza espiritual del hombre y una inferioridad con respecto a sí mismo. La tiranía del logos contra la vitalidad"11.

Todo el empeño de Nietzsche recae, pues, en demostrar el origen contingente y arbitrario que posee la moral y en sustraer los significados morales a la existencia (es decir, mirar el mundo sin concepciones morales ni religiosas), a través de un minucioso trabajo de desenmascaramiento de ilusiones y autoengaños. La moral de la compasión era para Nietzsche el claro desvío de la cultura europea, la última enfermedad, el retroceso de la humanidad. La fatalidad del hombre reside en que ha triunfado como meta final el modelo mediocre de hombre, la humanidad se ha nivelado, se ha reducido a lo más bajo, a lo más manso, a lo más prudente, se le ha arrancado a la existencia todo carácter visceral constitutivo capaz de elevarla a lo más alto.

 

Bibliografía

 

Nietzsche, Friedrich (1996): Sobre verdad y mentira en sentido extramoral,

Madrid, Técnos.

--- (2007): Humano, demasiado humano, Madrid, Akal.

--- (2001): Aurora, Buenos Aires, Edaf.

--- (2001): La gaya ciencia, Madrid, Akal.

--- (2012): Más allá del bien y del mal, Madrid, Alianza.

--- (2013): La genealogía de la moral, Madrid, Alianza.

--- (2007): El Anticristo, Madrid, Alianza.

--- (1992): Así habló Zarathustra, Buenos Aires, Planeta-Agostini.

--- (2001): Crepúsculo de los ídolos, Madrid, Alianza.

--- (2005): Ecce Homo, Madrid, Alianza.

Alarcón Viudes, Victor (2003): "Nietzsche y la filosofía del cristianismo" en El

Catoblepas (2003), número 19, septiembre, p. 17, versión digital:

http://nodulo.org/ec/2003/n019p17.htm

Bataille, Georges (1972): Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte, Madrid, Taurus.

Ocampo, Alejandro (2004): "El hombre auténtico: Nietzsche y la Moral" en Razón

y palabra (2004), número 37, febrero-marzo, versión digital:

http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n37/aocampo.html.

Ríos, Rubén (2005): Friedrich Nietzsche y la vigencia del nihilismo, Buenos Aires,

Campo de Ideas.

Sánchez, Sergio (2009): "¿Por qué los póstumos son clave?" en Revista Ñ, versión

digital: http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/02/28/-01867396.htm.

Valadier, Paul (1982): Nietzsche y la crítica del cristianismo, Madrid, Ediciones

Cristiandad.

 

Notas

 

1 En el Tratado Primero de La Genealogía de la moral Nietzsche analiza con espíritu histórico las expresiones "bueno (schlecht) y "malo" (gut), dejando en evidencia que originariamente (antes de la Guerra de los Treinta Años) dichos conceptos, siendo ya juicios valorativos, no se utilizaban entonces para designar la valoración de acciones, más bien tenían que ver con la distinción, específicamente con la distinción de rangos; las valoraciones se encontraban directamente relacionadas con determinadas formas de ser, concernían a cualidades y peculiaridades de los hombres y no correspondían necesariamente a determinadas acciones. El hombre aristocrático era el "bueno" que se diferenciaba del plebeyo, del simple, del "malo". Lo que más interesa dejar aquí en claro es lo siguiente: la forma de

valorar aristocrática, esto es, la moral noble, implica un decir sí a la vida, un reafirmar la vida. Sabemos de estos hombres, a través del análisis de Nietzsche, que eran dueños de una salud esplendorosa, la cual se hallaba en sintonía con una constitución física poderosa, permitiéndoles así desempeñarse en las actividades más fuertes (guerra, caza, aventuras, etc.). Pero tuvo que haber en la historia de la humanidad algo que haya hecho cambiar la forma de valorar aristocrática y ese algo fue el resentimiento. Aquí hay también una variación de concepto: tras la nueva valoración ya no rige el concepto "malo" (schlecht) sino "malvado" (böse) y con ello toda una nueva connotación ante la cual se enfrenta Nietzsche en tanto este cambio implica que la moral niega la vida, pues la relega a un ámbito artificial construido adrede para esconderla, para sacrificarla.

2 "El hombre no es, en modo alguno, la corona de la creación, todo ser está, junto a él, a idéntico nivel de perfección... Y al aseverar esto, todavía aseveramos demasiado: considerado de modo relativo, el hombre es el menos logrado de los animales, el más enfermizo, el más peligrosamente desviado de sus instintos- ¡desde luego, con todo esto, también el más interesante!" Nietzsche, Friedrich: El Anticristo, Alianza, Madrid, 2007, p. 43.

3 Nietzsche, Friedrich: El Anticristo, Alianza, Madrid, 2007, pp., 52-53.

4 El aforismo 14 del Tratado Primero de La genealogía de la moral resulta muy claro respecto de cómo las cualidades más nocivas del ser humano son transformadas, gracias al cristianismo, en "virtudes" para afirmar y someter "al débil", al hombre del resentimiento. Por ejemplo, la debilidad es transformada en mérito, la impotencia en bondad, la sumisión en obediencia, la cobardía en paciencia.

5 Nietzsche, Friedrich: Crepúsculo de los ídolos, Alianza, Madrid, 2001, p. 63.

6 Nietzsche, Friedrich: El anticristo, Alianza, Madrid, 2007, p. 49.

7 Alarcón Viudes, Victor: "Nietzsche y la filosofía del cristianismo", El Catoblepas, número 19, septiembre, 2003.

8 Valadier, Paul: Nietzsche y la crítica del cristianismo, Ediciones cristiandad, Madrid, 1982, p. 200.

9 Nietzsche, Friedrich: La genealogía de la moral, Alianza, Madrid, 2013, pp. 232-233.

10 Ocampos, Alejandro, "El hombre auténtico: Nietzsche y la moral", Razón y palabra, número 37, febrero-marzo, 2004.

11 Ocampos, Alejandro, "El hombre auténtico: Nietzsche y la moral", Razón y palabra, número 37, febrero-marzo, 2004.